martes, 23 de enero de 2018

MARIPOSAS DESPUÉS DE LA LLUVIA


     Mariposas después de la lluvia





de

Rafael Nofal
                                                                                     



LA LUZ CENCIENTA DEL AMANECER EN LA VEREDA

 (Es una vereda de una ciudad cualquiera. En un umbral hay una mujer sentada. Mediana edad, con un extraño y cuidadoso peinado alto del que sobresalen ramitas con hojas y alguna flor, lo que le da cierto aire de distinción. A su lado tiene una bolsa con sus pertenencias. Es una especie de vagabunda, pero no mendiga. Esta limpia y viste un pantalón y encima un vestido de colores. Trabaja afanosamente con lápices sobre varios cuadernos y papeles que tiene a su alrededor.)
ELLA:                (Mientras trabaja en un cuaderno) No pierdas el rumbo ni te arrumbes. La espera se hizo larga y ya no se qué hacer para guiarte, para que no te apropicues en algún misterioso borde de falda. En alguna nalga morena y mentirosa. Aquí la dibujo, mirá. No es la curva de  mi grupa, no es. Es falsa, parece pero no es. Tampoco toques esa teta. No tiene el sabor de la mía, la que mamó el Macu. Aquí la dibujo, mirá. La dibujo con pezón de aceituna negra y la tacho. La mía tiene pezón de maní y un lunar moreno al costado, al lado, para lamer como la corzuela lame la sal, cuando ya no hay sol. De noche lamias ese lunar que te anhela. Aquí dibujo el lunar para que alune tu sendero enlutado.
(Entra Jorge. Joven, extremadamente delgado, viste un pantalón de jean, saco muy corto y ajustado, zapatillas. Luce peinado a la moda. Lleva una mochila o un morral. Todo el conjunto es de cuidada y digna pobreza.)
JORGE:             (Va a pasar de largo pero se detiene) Hola.
ELLA:                        Andate.
JORGE:             ¿Por qué?
ELLA:                        Porque esta es mi playa, mi vereda-playa. Nadie tiene que venir a joderme…pero vienen. Me buscan, me siguen y no es por mi, quieren mi isla.
JORGE:             ¿Qué escribís?
ELLA:                        ¿Qué te importa?
JORGE:             Yo te veo siempre. Siempre estas escribiendo.
ELLA                 ¿Y vos, quién sos?
JORGE:             Jorge…si querés un nombre. ¿Y vos?
ELLA:                        Te pareces a Macu.
JORGE:             ¿Quién es?
LA MUJER:        Mi hijo. ¿Querés ser mi hijo? No…mejor andate. Vos también sos de los que se burlan, se ríen.

JORGE:             Yo no me burlo. Te veo siempre. Siempre escribiendo cuando paso, pero no me burlo.
LA MUJER:        Todos se burlan.
JORGE:             Pero yo no.
LA MUJER:        Pasas por mi vereda todos los días.
JORGE:             No es tu vereda. Estas aquí siempre, pero no es tu vereda.
LA MUJER:        Es mía, claro que es mía. Aquí espero. Es mi lugar para esperar.
JORGE:             ¿A quién esperás?
LA MUJER:        Me haces hablar y yo no quiero hablar con vos. Andate.
JORGE:             No quiero. (Tiempo) Amanece.
LA MUJER:        ¿Y qué?…¿te gusta?
JORGE:             Si. Me gusta que haya luz, sol.
LA MUJER:        Ya van a empezar a rolar los autos y rugir como chanchos negros. ¿Eso te gusta? A mi no.
JORGE:             Bueno…a mi tampoco.
LA MUJER:        ¿Por qué no te vas?
JORGE:             Porque no tengo adonde.
LA MUJER:        ¿Ni casa…ni cueva?
JORGE:             Una pieza, tengo. Pero ya no quiero volver.
LA MUJER:        ¡Otro más!
JORGE:             ¿Por qué, otro más?
LA MUJER:        Yo espero a uno que no quiere o no sabe como volver.
JORGE:             ¿Hace mucho que esperás?
LA MUJER:        Veinte años.
JORGE:             Mucho
LA MUJER:        Y voy a seguir veinte mas si hace falta. Yo espero y cuido.
JORGE:             ¿Qué cuidas?
LA MUJER:         Nuestras cosas. Nuestra casa, nuestra isla. Hasta que vuelva.
JORGE:             ¿Tenés casa, vos?
LA MUJER:        Claro.  Allá en el Alto de la Lechuza, a la vuelta. El galpón gris, esa es mi casa. Pero mi isla es mas grande, desde allá, desde el parque hasta donde no se ve más.
JORGE:             ¿Todo es tuyo?
LA MUJER:        Mío y de mi marido y de mi hijo,  el Macu;  y de mi suegro, El Viejo.
JORGE:             ¿Y si tenés casa, por qué vivís aquí?
LA MUJER:        No vivo aquí. Aquí espero.
JORGE:             A ese que no quiere o no sabe como volver.
LA MUJER:        No sabe.
JORGE:             O no quiere?
LA MUJER:        No sabe. Se desorienta, no encuentra el camino.
JORGE:             A lo mejor no quiere.
LA MUJER:        ¿Y vos que te metés?
JORGE:             No me meto. Vos dijiste.
LA MUJER:        No sabe…yo se que no encuentra el camino. Tantea…toca como un ciego y a veces se confunde.
JORGE:             Y vos, mientras tanto escribís.
LA MUJER:        No escribo. Vos que sabés. Yo no escribo, marco la senda, mirá.
JORGE:             ¿Signos? Dibujos parecen.
LA MUJER:        Son. Dibujo los caminos por donde se fue, los caminos que tiene que tomar para volver. Las…los…las cosas que hay en el medio y con las que tropieza o lo ciegan y le impiden encontrar el camino a casa. ¿Ves? Esto es una piedra. Esto es el ojo de una mujer. Esto es una teta. Este es el dibujo de una baldosa.
JORGE:             ¿Una baldosa?
LA MUJER:        Si, la baldosa del patio de una casa donde él se quedó a descansar. Una casa en una ciudad cerca del mar. Andate, no quiero hablar con vos.
JORGE:             ¿Y si hablo yo?
LA MUJER:        Hablá. Pero no te sentés aquí.
JORGE:             ¿Dónde, entonces?
LA MUJER:        No aquí. Lejos…mas lejos.
JORGE:             ¿Aquí?
LA MUJER:        No me mirés. Hablá si querés, pero no me mirés.
 (Jorge se sienta en un rincón, saca una manzana del bolso la limpia, va a comer, ofrece sin mirar.)
JORGE:             ¿Querés?
LA MUJER:        No.
JORGE:             Va a ser linda la mañana, parece. Todavía hace frio. Hace mucho que no veo amanecer.
LA MUJER:        Yo siempre. Siempre veo amanecer. Hay que estar atenta, sobre todo a esta hora.
JORGE:             ¿Por?
LA MUJER:        Porque es una hora turbia, todo se confunde. Nada es lo que parece.
JORGE:             Si, que tenés razón. A veces, el amanecer te desorienta. Debe ser la luz.
LA MUJER:        Ceniza.
JORGE:             ¿Qué?
LA MUJER:        La luz…tiene el color de la ceniza. Y la gente y el sonido de la gente y el olor de la gente. La gente huele a ceniza a esta hora.
JORGE:             A ceniza y a otras cosas también.
LA MUJER:        Lo mismo que cuando el sol se está yendo. Cuando el día se está acabando, todo se confunde. Se aceniza. Como ahora.
(pausa larga)
JORGE:             Llegué a mi pieza y había otro en mi cama. Dormía.
LA MUJER:        ¿Y…?
JORGE:             Y Matías también dormía. Se despertó cuando abrí la puerta y me sonrió…me sonrió el hijo de puta. Siempre sonríe cuando se despierta. Como un niño. No me dijo nada. Entonces levante dos o tres cosas, las metí en la mochila  y salí. Dignidad, Jorge, dignidad querida, me decía mientras guardaba todo. El amagó con decir algo cuando iba a salir, pero le hice un gesto, duro, helado, de reina…así… y cerré la puerta sin hacer ruido. ¡Encima tenía un hambre! Me vine caminando despacito hasta aquí. Lloré un poco, si, para qué lo voy a negar. Así los lagrimones, como paltas, pero con la cabeza erguida, sin mariconear.
LA MUJER:        ¿Sos puto, vos?
JORGE:             ¿Y que te parece?
LA MUJER:        Perdoná…
JORGE:             ¿Por qué?
LA MUJER:        ¿Cómo es el gesto de reina?
JORGE:             (Lo hace) Así…
LA MUJER:        (Se ríe e imita) Así…
JORGE:             No te sale bien.
LA MUJER:        Yo soy reina.
JORGE:             Reina de la vereda…
LA MUJER:        (Se enfurece repentinamente) ¡Te burlas! Yo sabía que eras igual…para qué hablo…para qué! ¡Andate! (Para si misma) Pienso y no aprendo, barrunto y me pierdo, margaritos se cruzan en mi camino y pasmada confío.  Es que viene la lumbre de la madrugada y el pavor me alcanza. La rancia ceniza me arruga el alma.  La soledad me apavura y no quiero, no quiero, no quiero!
JORGE:             Pará! No…disculpame , no quería burlarme. Era una broma…Perdóname.
LA MUJER:        ¡Andate! (Ensimismada)  Ruedan y roncan, rolan cuando amanece, andan, trajinan, amblan sus ruedas hasta que atardece y no quiero su baraúnda ni su mirada, no quiero, no quiero. Adentro van los siniestros ellos. Murmuran, arrullan,  gorjean, graznan a veces.  Pájaros muertos parecen, se burlan, se burlan, se ríen con graznido de cuervo loco y no quiero, salgan de mi calle. Yo espero un hombre que se pierde en la niebla, aquí aguanto, aquí resisto. No pisen mi vereda, mi playa…(sigue murmurando)
(Jorge se ha situado en un extremo, come su manzana mientras lentamente de su mochila saca una caja de maquillaje. Ella murmura y trabaja frenéticamente con sus cuadernos y lápices. El se maquilla, se pinta los labios de rojo furioso. Se vigilan de reojo. Se acomoda el pelo hacia adelante, y con el celular reproduce una pista de música sobre la que hace fonomímica o quizás canta. )
LA MUJER:        (Murmura) Arrumbada la loca espera; porque invade la mariposa, la vereda. Arrumbada la loca espera… porque invade la mariposa la vereda…arrumbada la loca espera…(grita)  ¡Andate!
JORGE:             (Canta ahora mas alto, baila. Es parte del show que hace en el boliche gay, es un bolero pero en  el ritmo acelerado de eso que hoy se llama pop latino. )  “…dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón…yo seguiré siendo el cautivo de los caprichos de tu corazón…supiste esclarecer mis pensamientos, ahuyentaste de mi los sufrimientos en la primera noche que te amé…” (Ella sorprendida, ríe.) ¡Bueno…por fin!  No podías ser tan amarga.
LA MUJER:        Parecés mujer…mujer fea.
JORGE:             Gracias.(Sigue su show. Ella lentamente se engancha y dice la letra como una melopea.)  “Hoy mi playa se viste de amargura porque tu barca tiene que partir…a cruzar otros mares de locura…cuida que no naufrague tu vivir…cuando la luz del sol se esté apagando y te sientas cansado de vagar…piensa que yo por ti estaré esperando hasta que tu decidas regresar…”
LA MUJER:        Mi mamá cantaba eso…hoy mi playa se viste de amargura porque tu barca tiene que partir.  Ahora me acordé. En un barco anda.
JORGE:             ¿Quién?
LA MUJER:        Mi marido. ¿Quién más? Mi mamá, no. Seguro que por eso no encuentra el camino de vuelta…Bah, no se, digo yo.
JORGE:             ¿Y por qué se fue?
LA MUJER:        No se fue. Lo llevaron. Vinieron esos en un camión verde…algo de la patria hablaban, de no se que guerra. El no quería ir, se hizo el loco para que no lo llevaran. Gritaba que la patria estaba muerta. Como estas flores, dijo y se comió las flores podridas de un jarrón, delante de ellos.
JORGE:             ¿Y que pasó?
LA MUJER:        Le dio cagadera y se lo llevaron lo mismo.
JORGE:             Y no supiste más de él.
LA MUJER:        Recibí una carta una vez. Estamos en un barco, amor, me decía. Estamos en un barco inmenso con mis camaradas, como en la panza de una ballena. Hace mucho frío y el mar que no vemos nos bambolea. Yo pienso todo el tiempo en vos, en el Macu y en las mariposas amarillas que aparecen en nuestra isla después de la lluvia. La se de memoria porque es la única carta que recibí. Cuidá nuestra isla, amor, me decía, esa isla que inventamos juntos para que nadie viniera a molestarnos,  porque esa es nuestra patria, las baldosas que pisamos, los charcos que saltamos. La avenida con lapachos florecidos. El cerro lejano y azul. Tu concha, tus nalgas, tu boca, vos sos mi patria, amor, me decía en la carta. Por eso se que va a volver.
JORGE:             Hacés bien en esperar, a alguien que escribe esas cartas hay que esperarlo. (Tiempo) Mirá, ahora se burlan de los dos. (Le grita a alguien) ¿Te gusto, papi? ¿Querés que te lo chupe aquí? ¡Vení, sacalo…dale, te lo chupo, papi! (A ella) ¿Ves? Son muy cobardes, primero te dicen cosas pero en cuanto los encarás, agachan la cabeza y se van.
LA MUJER:        Ahora yo…(Grita) ¿Qué mirás? ¿Qué mirás? ¿Sabes quien soy yo? ¿Sabés de quien te estás riendo? ¡Soy una reina que espera un barco!  ¡Cuervo, cuervo!...¡Graznidos de cuervos negros escucho! (Grazna. Se divierten con la situación) Ya se que se asustan cuando grito,  me tienen miedo.
JORGE:             Es que metés miedo.
LA MUJER:        Ya se…ya se. Me gusta. No quiero que anden por aquí los pájaros negros. Vos no me tenés miedo.
JORGE:             No, yo no.
LA MUJER:         ¿Qué es una ballena?
JORGE:             ¿No sabés? Un…como un pez,  pero muy grande.
LA MUJER:        ¿Se puede vivir en la panza de una ballena?
JORGE:             No…si…bah, no se, creo que sí.
LA MUJER:        Sí, si se puede vivir. En la carta decía.
JORGE:             Me voy.
LA MUJER:        A tu socavón.
JORGE:             ¿Qué?
LA MUJER:        Tu hueco, tu cueva, tu cava, tu guarida, tu…
JORGE:             Bueno…pará. No. Me voy a lo de una amiga. A veces me quedo a dormir en su casa.
LA MUJER:        ¿Y con el que sonríe cuando se despierta, que vas a hacer?
JORGE:             ¡No se! ¿Querés que resuelva todo ahora? ¡No se! Ahora quiero dormir.
LA MUJER:        Bueno…andá.
JORGE:             Chau…
LA MUJER:        (No contesta, se aisla) Ahora pasan y graznan los cuervos de hoy. ¡Gesto de reina y los espanto! ¡Así! ¡Así! ¿No se van? ¡Crá, crá, crá! (Grita) Se asustan, se asustan los secos pájaros muertos de la mañana. (Grita) Si se quedan los marca la parca y los señala para mañana! Al alba los busca y los lleva. Váyanse de mi playa! ¡Váyanse! ¡Crá, crá!
(Jorge saluda con un gesto. Ella no contesta. El sale caminando lentamente.)

EL SOLCITO DE LA SIESTA ENTIBIA EL ALMA

LA MUJER:        (Trabaja con sus cuadernos y lápices) Yo te guio. Es por aquí. Yo te señalo el camino, no te desvíes, no te detengas. En esa casa no, no. Salga de ahí mi amor, salga. Esa casa es una trampa. Ese es un patio-laberinto. Baldosas pegajosas te atrapan. Vas a enredarte en la luenga telaraña, en la maña de las erinias. Vas a perderte en el marasmo. Salga de ahí mi amor, salga. Hacia el norte mire. Mire hacia el verde, hacia los densos cañaverales, hacia la espesa noche  que huele a limón. Aquí te marco el camino, amor. Por el sendero de los yuchanes. Eso es, amor, camine por ahí. No, no pares. No vuelvas al mar. Al mar, no. Si escapaste de la panza de la ballena, no vuelvas. No escuches el silbo de las mujeres peces. Esas mienten, seducen, engañan, hechizan.
JORGE:             (Entrando. Está vestido con su ropa “formal”)  Hola.
LA MUJER:        (Lo mira sobresaltada) Vos no sos mujer pez.
JORGE:             Que yo sepa, no. ¿Por…?
LA MUJER:        Porque esas cantan y silban y engañan.
JORGE:             ¡Que malas!
LA MUJER:        Te burlas.
JORGE:             ¡No! ¿Y donde viven esas mujeres peces?
LA MUJER:        En el mar ¿en donde más?
JORGE:             ¿Y son feas?
LA MUJER:        No. Son hermosas.
JORGE:             Me parece que a veces no estaría mal, ser mujer pez.
LA MUJER:        Son malas, malas.
JORGE:             Pero, esas ganan siempre. Si son hermosas y cantan y atraen y engañan, ganan.
LA MUJER:        No hay que escucharlas. Atraen desgracia. Silban o cantan para llevarte a la desgracia.
JORGE:             ¿Y vos como sabés?
LA MUJER:        Yo sé. Yo sé.
JORGE:             ¿Las conocés?
LA MUJER:        No. ¿Como las voy a conocer si yo no conozco el mar?  Pero yo se, yo se.
JORGE:             Ganan…
LA MUJER:        A mi no me van a ganar. Porque yo las dibujo y las tacho, así. (Dibuja) Les corto la cola de pescado, así. ¿Ves?
JORGE:             Si fuera todo tan sencillo...dibujar y tachar…
LA MUJER:        ¿Para qué venís?
JORGE:             No vengo, paso por aquí. Voy a ver a Matías.
LA MUJER:        El que se despierta y sonríe.
JORGE:             Ese. Voy a sacar mis cosas o a despedirme…no sé.
LA MUJER:        No es bueno ser mujer pez. Mujer nomas, está bien.
JORGE:             Si, claro, para vos es fácil. Es más tranquilo a esta hora por aquí. A la siesta  pasa menos gente, menos autos.
LA MUJER:        Solo hasta que el sol pegue aquí, en este rincón de la vereda. Lo tengo controlado. Cuando el sol da aquí, empiezan de nuevo a rolar.  Te vas a retirar tus cosas…                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     JORGE:             Si, supongo que si…
LA MUJER:        Tus ropas,  tus abarcas, tus tres tristes trapos…
JORGE:             No es mucho lo que tengo.
LA MUJER:        Y la risa que se desliza, y el tierno temblor de sus dedos sobre tu costado, y el grito silencioso, y el dolor que no es dolor, y el sabor de su lengua…eso no vas a poder retirar.
JORGE:             ¿Y vos que te metés?
LA MUJER:        No se puede retirar.
JORGE:             Ya se.
LA MUJER:        El dulce olor del amor, no se puede retirar.
JORGE:             Claro que no se puede retirar. Ya se que no se puede retirar ¿Y qué?
LA MUJER:        Y nada, solo que hay cosas que se van con el otro y ya no las tenés mas. Nunca mas.
JORGE:             ¿Estas dispuesta a empujar el cuchillo y revolver la herida, no? Para eso no estás tan loca. ¡No me jodás mas, querés!
LA MUJER:         Loca, tu abuela. No grités. Aquí no se puede gritar.
JORGE:             ¡No se puede hacer nada en tu vereda! (Grita) ¡Aaaaah! Si quiero grito. ¡Aaaaaah!
LA MUJER:        Callate. Si gritás te vienen a buscar.
JORGE:             ¿Quién?
LA MUJER:        Ellos. Hay espías, entregadores,  delatores.
JORGE:             ¿Espías, donde?
LA MUJER:        En todos lados. En las bolsas de las señoras que pasan, o en los autos, escondidos en el asiento de atrás. Yo los escupo y se van.
JORGE:             ¡Ah! Por eso escupís a la gente que pasa.
LA MUJER:        No a toda. Solo a los que esconden espías.
JORGE:             Es un asco lo que hacés.
LA MUJER:        Hay una allá arriba ¿ves? En aquella ventana.  A mi me vienen a buscar cuando los delatores hablan. Pero yo me escapo. (Hacia alguna ventana de un edificio cercano) ¡Te conozco…yo también te veo, te veo…yo se que sos  la entregadora! ¡Cuerva, cuerva triste y ciega! ¡Cra…cra! (A él) Yo soy reina, conmigo no pueden.
JORGE:             ¿Quien te viene a buscar?
LA MUJER:        El enemigo. Hombres. A veces traen mujeres también. Quieren encerrarme para que no espere.
JORGE:             ¡Ah, ya se! viene la…
LA MUJER:        El enemigo viene. Con sus botines de patear y mujeres que se hacen las buenas.
JORGE:             ¿Y te patean?
LA MUJER:        A veces. Y me quitan mis papeles y mis lápices, entonces cuando me sueltan, porque siempre me sueltan, tengo que volver a empezar. Volver a señalar los senderos del amor.
JORGE:             Son unos hijos de puta.
LA MUJER:        Es que tienen razón, visto a su manera, tienen razón. Todos los que estamos en estado de amor, tienen que ser encerrados. Somos peligrosos. A vos también te van a llevar.
JORGE:             ¿Peligrosos?
LA MUJER:        ¡Claro!  Los que estamos en estado de amor somos peligrosos porque estamos en guerra y eso a ellos no les gusta.
JORGE:             ¿En guerra? ¿Contra quién? Yo no estoy en guerra con nadie.
LA MUJER:        Contra el olvido, contra los mundos chiquitos, contra los que no ven las mariposas que aparecen después de la lluvia. Contra tanto…y no les gusta.
JORGE:             ¿A quienes?
LA MUJER          ¡Todo preguntás, todo preguntás! No les gusta ni a los delatores que viven en sus munditos tristes como caquita de perro tirada en la vereda, como la vieja loca de arriba, la denunciante; ni a los de los botines... a esos menos.
JORGE:             Yo no estoy en guerra con nadie.
LA MUJER:        Zapatos nuevos.
JORGE:             Si, son los únicos que tengo, yo no uso zapatos. Me los regaló él.
LA MUJER:        El que…
JORGE:             Si, ese. ¿Lindos, no?
LA MUJER:        Si estas en guerra, vos. Por eso te pusiste esos zapatos. Vas a pelear.
JORGE:             ¡No voy a pelear! ¡No quiero pelear con nadie!
LA MUJER:        Si vas a pelear, te pusiste los zapatos que dejan huella. Los zapatos-espada, vas a sitiar la ciudad, vas a atacarla.
JORGE:             No voy a atacar nada. Inventás estupideces. Callate, loca. ¡Dejame en paz!
LA MUJER:        Loca tu abuela.  Estas en mi vereda de esperar. Mi marido sabe como sitiar y atacar ciudades. Zapatos-espada para luchar contra el olvido y el desamor están bien. Es mejor que ser mujer pez.
JORGE:             No sé qué voy a hacer y vos revolvés el puñal. Te da placer. No dormí, estuve en la cama, bah…en el colchón que mi amiga pone en el piso cuando voy,  mirando una mancha de humedad en el techo. Con los ojos abiertos, como huevo duro.  Ahora me arden. Supongo que estará solo, no se…digo, para hablar. Pero no voy a poder…yo sé que voy a llorar y no voy a poder decir nada. Tengo una cosa aquí en el pecho que…¿Qué mirás?
LA MUJER:        Vas a llorar.
JORGE:             ¿Y qué? ¿Si lloro, qué? ¿No se puede llorar en tu vereda de esperar?
LA MUJER:        Si podés.
JORGE:             Pasábamos juntos por aquí, pero por la vereda de enfrente porque a él le dabas un poquito de miedo. Me agarraba de la mano cuando vos gritabas. Eso me hacía sentir bien. Sentía que podía cuidarlo, que el necesitaba que lo cuide. Tiene manos chiquitas, chiquitas y tibias.  ¿Qué voy a hacer?
LA MUJER:        (Grita a alguien) ¡No, por aquí no con su perrito bonito, señora! Su perrito deja su caquita en mi vereda. ¡A la calle, baje a la calle con su perrito y su caquita, señora! ¡Denuncie, denuncie! ¡Mire como me rio! ¡Ja, ja, ja! ¡Sapo rococo teñido, con perrito peludo blanco! (Jorge en silencio se ha pegado al fondo.) ¡Sapo rococó!
JORGE:             Ya basta. Ya se fue.
LA MUJER:        Si, pero hay que estar atentos. Hay que cuidarse de las invasiones. Ellos creen que pueden andar por cualquier parte y te invaden.
JORGE:             Pero, esta es una vereda, cualquiera puede pasar.
LA MUJER:        No, cualquiera no.
JORGE:             ¿Yo, sí?
LA MUJER:        Claro. Porque los que están en estado de amor pueden pisar esta vereda… vos estas en estado de amor, eso se siente aquí, aquí. (Se toca el sexo y la boca.) Por eso podés.
JORGE:             Justo venís a elegir esta vereda por la que pasa mucha gente.
LA MUJER:        Yo no la elegí.
JORGE:             ¿No?
LA MUJER:        No,  ella se eligió sola.
JORGE:             ¿Que vas a inventar ahora?
LA MUJER:        Nada. Es como es, yo no invento. Una madrugada de verano  llovía a cántaros. Llovía y llovía. Calados estábamos y medio borrachos. Esta calle era un rio y no podíamos cruzar, no queríamos cruzar. El me estrujaba las tetas por debajo de la blusita empapada. Nos reíamos y gritábamos en medio de los truenos. Relinchábamos como potros. Yo lo palpaba y lamía el agua que bajaba por su pecho. Ronroneábamos, aullábamos, mordíamos. Lengua furiosa éramos, diente rabioso, saliva y manos, jugos agrios chorreando con el agua. Un fierro ardiente me atravesó el cuerpo y el alma bajo este naranjo. Con la furia, los azahares regaron las baldosas. Fue la primera vez. Sola se eligió esta vereda. Esta es mi vereda playa. Aquí comienza nuestra isla.
JORGE:             Me tengo que ir.
LA MUJER:        (Ensimismada) Temblorosa se marcha. Trémula mariposa nocturna, va hacia la llama. Agita las alas, vuela ciega. Baila, baila, baila. Aletea, coquetea. Juega alucinada. El dolor la reclama. Se acerca y se lanza. Y se quema y se acaba. (Repite)
JORGE:             ¿Qué te pasa ahora?
LA MUJER:        El estado de amor a veces te pone triste y frágil y a veces te hace poderoso, invencible. Vos estas frágil.
JORGE:             Si.
LA MUJER:        ¿Y así vas a ir?
JORGE:             Me puse los zapatos…
LA MUJER:        Vas a sacar a patadas a la mujer pez de tu cama. Esta bueno eso. Pero sin lágrimas. Hay que sitiar la ciudad, planear el ataque, preparar la batalla.
JORGE:             Si, claro. Ponerse una armadura. Subir a un caballo negro y brioso,  con una piedra gigantesca derribar la puerta. Tomar la lanza. Avanzar al galope, gritando y puteando como un gaucho de Güemes…No, mejor como un caballero medieval. ¡Aaaah…aaaaah…aaaah! ¡Hijos de puta! ¡Traidores! ¡Putas reventadas! ¡Conchudas!
LA MUJER:        Bueno…mas o menos.
JORGE:             (A alguien a la distancia) ¡No, a vos no te digo, papi! ¡Vos no sos conchuda! ¿O sí?
LA MUJER:        ¿De que te reís, cuervito colorado? ¡Musculito inflado! ¡Cabeza cuadrada, poronga cortada!
JORGE:             ¡Vení, coloradito! ¡Sacala y mostrala! ¡Vení, mostrá el maní! Uh…ya estoy hablando como vos.
LA MUJER:        Se va.
JORGE:             Va al gimnasio de la otra cuadra, seguro. No está mal el pelirrojo.
(Entre ellos)
LA MUJER:        Vení, mostrá el maní…
JORGE:             Vení, mostra el maní, coloradí…
LA MUJER:        Poronga cortada, lana colorada.
JORGE:             El maní de hacer pipí, coloradí…
(Ríen y juegan)
LA MUJER:         Ya no tenés ganas de llorar.
JORGE:             Ya no…creo que no.
LA MUJER:        No siempre es bueno llegar a los gritos y enarbolando una lanza.
JORGE:             ¡Ya se! Es más, casi nunca es bueno. Si llego así, a Matías le da un infarto. Claro que si está el otro reputo y voy con ese envión me van a dar ganas de matarlo.
LA MUJER:        ¿Entonces?
JORGE:             Entonces no tengo que llorar, ni tartamudear, ni balbucear, ni demostrar miedo. Tengo que hablar firme.
LA MUJER:        ¿Qué le vas a decir?
JORGE:             Le voy a decir: “¿Te acordás cuando nos conocimos?” El me va a contestar: “Si, el 24 de diciembre del 2015 a las siete de la tarde.” Muy bien que se acuerda. “¿Te acordás donde?” Le voy a preguntar, y el me va a contestar: “En el centro.”  Ahá, seguí. Y el va a decir: “ya quedaba poca gente en la calle, comprando los últimos regalos. Nos cruzamos en la peatonal y nos miramos.” Así fue. El se acuerda bien. ¿Y…? “Y vos me seguiste.” ¡No, vos me seguiste! Le voy a contestar…Bueno, en esa parte siempre discutimos. La cuestión es que nos encontramos de  pronto mirando la misma vidriera. Y nos sonreímos. Íbamos a pasar esa navidad  solos, cada uno por su lado y terminamos  juntos en mi pieza,  emborrachándonos con sidra. Desde entonces no nos separamos mas. (La mujer lo mira en silencio, como incitándolo a seguir.) “¿Y te acordás lo que nos prometimos?” Le voy a preguntar. (grita) “¿¡Te acordás!?” No…no tengo que gritar. “¿Te acordás?” Entonces va a agachar la cabeza, avergonzado como un perrito. Siempre hace eso cuando se manda una cagada. “Dijimos que nunca íbamos a causarle pena al otro…que nunca íbamos a ser motivo de las lágrimas del otro” bien que se acuerda el muy puto, como mil veces nos juramos eso. “Nunca vamos a causarnos pena…”
LA MUJER:        Ahí corrés y lo abrazás.
JORGE:             ¡No! ¿Te pensás que se lo voy a hacer fácil? No señor. Que sufra un rato.
LA MUJER:        ¿Y si llegás y está el otro?
JORGE:             No se…
LA MUJER:        ¿Y si llegás y no hay nadie?
JORGE:             No se…
LA MUJER:        No sabés…
JORGE:             ¡Dale! Empujá el cuchillo nomas! ¡Sacame las tripas y desparramalas en la vereda! En tu vereda. ¡Dale!
LA MUJER:        No grités que la cuerva del cuarto está mirando. Esa denuncia.
JORGE:             (Grita hacia arriba) ¿Qué mirás vieja chusma?...Y si no está, agarro un cuchillo muy filoso que tenemos y…
LA MUJER:        ¡No!
JORGE:             ¡Si! Y… me saco estos zapatos y los destrozo, los corto en mil pedacitos, se los dejo sobre la mesa y me voy.
LA MUJER:        Entregás las armas. Batalla perdida. Ganó la mujer pez.
JORGE:             ¿Y qué mierda querés que haga entonces?
LA MUJER:        Hay que derrotar a las mujeres peces. Callarlas. Taparles la boca para que no silben, ni canten, ni engañen. Hay que cortarles la cola de pescado. (Acciona frenéticamente sobre sus papeles) ¡Así! ¡Así! ¡Así! ¡Que se vayan al fondo de su hediondo mar! ¡De su mar negro y podrido! ¡Silenciar a las mujeres peces! ¡Eso hay que hacer!
JORGE:             Para vos todo es fácil…dibujar y tachar .Yo no se si voy a poder. Chau. (La mujer no contesta. Ha vuelto a ensimismarse)
Eh! Me voy…Chau!
(Sale lentamente mientras ella sigue con su letanía.)
LA MUJER:        No escuches, amor, su canto. No escuches el silbo engañador. Mienten, engañan y te hacen perder el rumbo. Es por el dulce sendero de los yuchanes, las flores  copos de algodón te guiarán…Aquí te estoy esperando. (Manipula papeles y lápices) Vuela, vuela. Aletea, coquetea. Baila, baila, baila. La llama la reclama. Vuela, vuela, vuela. No te quemes mariposa tonta. Escapa de la llama que te amarra.
(La luz baja lenta.)


EL ANOCHECER  AGRANDA EL PAVOR Y LAS AUSENCIAS
 (Cuando vuelve la luz, la mujer ya no está allí. Solo sus cosas y el viento que amenaza con llevarse sus papeles. Entra JORGE, viene descalzo con una bolsa negra de plástico llena de cosas y una maceta con una planta. Detiene los papeles que quieren volar, acomoda su maceta y se dispone a esperar. Cae la noche.)
LA MUJER:        (Entra murmurando. No lo reconoce.) ¿Qué hace aquí? ¡No querido, no! ¡Parta, raje, vuele! Esta vereda tiene dueña. No se asientan los cuervos aquí.
JORGE:             No grités. En esta vereda no se puede gritar.
LA MUJER:        ¡Ah! Sos vos… ¿qué haces en mi vereda?
JORGE:             Nada, estoy.
LA MUJER:        Aquí no se puede estar por estar. Hay cosas que hacer. Sacá eso de ahí. (Despliega hojas de diario y con cinta va uniéndolas.)
JORGE:             ¿Qué hacés?
LA MUJER:        El viejo se va a morir. Hay que cubrirlo. El viejo se va a morir y él no viene.
JORGE:             Y eso es para…
LA MUJER:        Para taparlo, envolverlo. Nadie debe saber que está muerto hasta que él vuelva. Está tirado en el galpón, tiembla.
JORGE:             Va a llover.
LA MUJER:        Si. Quizás la lluvia lo traiga. Sacá eso. ¿Qué tenés ahí? Ocupás mi vereda.
JORGE:             Son mis cosas.
LA MUJER:        Desterrado.
JORGE:             Vos dirías: desterrado, desahuciado, expulsado.
LA MUJER:        ¿Te echó?
JORGE:             No. No estaba cuando llegué. Entonces levante mis cosas y me fui.
LA MUJER:        Pocas cosas arrastras. Tres tristes trapos.
JORGE:             (Saca las cosas de la bolsa, las muestra.) ¿Trapos? Si. Alguna ropa y las sábanas que usamos la primera vez. Tiene la huella de nuestros cuerpos, no quiero que tenga otras marcas. Nuestra taza de té. Es carísima, ahorré mucho para tenerla, solo pude comprar una y la compartíamos…un traguito cada uno. La ranita verde que me regaló para mi cumpleaños, cambia de color cuando va a llover. Ahora cambió. ¿Ves?
LA MUJER:        Y la plantita.
JORGE:             Cristina…se llama Cristina. Conversamos mucho. Yo le cuento chismes y ella muda. Casi nunca contesta. A veces sí  ¡y me dice cada cosa! Es una yegua orgullosa y solitaria…como yo. Dura… ni que la riegue demasiado le gusta.
LA MUJER:        No le habrá gustado que abandones.
JORGE:             No me podía quedar. Cuando abrí la puerta y miré nuestra pieza sentí que ya nada era mío. Y me dolía todo: Me dolía el piso de baldosas rojas en el que nos acostábamos cuando hacía calor. Me dolía la foto de Gilda que pegamos con chinches detrás de la puerta. Ese olorcito dulzón,  a cuerpo, a nuestros cuerpos que andaba en el aire, me dolía. Y la gotita en la pileta del baño y el libro tirado debajo de la cama…todo me dolía. No me podía quedar.
LA MUJER:        A tu planta no le va a gustar que llores, pero dale nomas. Aquí si podés. Dame lugar…(trabaja con fervor) Respira con ruido extraño, como de sapo, de escuerzo enojado. ¡Ay, viejo rabioso! Rabioso eras y animoso. Aguantá un poco. Te amortajo y adonde te arrumbo, adonde te escondo. Vienen los pájaros negros y sola no puedo. Aguanta un poco. Tres vueltas de sol te pido. Sostenga el gesto de lobo en acecho, el de otro tiempo, cuando era fuerte y sabio. Vamos viejo, vamos..
JORGE:             Te ayudo.
LA MUJER:        ¡No toque! Es la mortaja de mi suegro. A mi me corresponde hacerla. A mi solita. Aquí va a yacer el viejo, en un mar de letras, de palabras locas que nadie quiere leer, que a nadie le importan.
JORGE:             Pero yo puedo…
LA MUJER:        ¡Nada! No puede nada. Ya no te quiero aquí. (Hacia afuera) ¿Que hace cuervo? Por aquí no se pasa. Esta vereda está ocupada.  ¡Vaya, cuervo, vaya! Por aquí no se pasa. Hago la mortaja ¿ve? ¡Hago la mortaja!
JORGE:             (Tímidamente) Pase por la calle señor, por aquí no se puede. Si pasa por aquí lo va a envolver en la mortaja.
LA MUJER:        (Desaforada) ¡Avise, denuncie, delate! ¿Y qué? Aquella cuerva triste que mira del balcón también va a denunciar. ¿Y qué? ¡Huya cuervo cagón!(A Jorge) No te podés quedar aquí.
JORGE:             ¿Por qué?
LA MUJER:        Aquí van a pasar cosas grandes. La hora cenicienta, la que confunde ya ha terminado, ya no rolan los chanchos. Van a esconderse en sus casas. Tienen miedo de la lluvia. Jonás se ha ido. Andate vos también.
JORGE:             ¿Qué Jonás?
LA MUJER:        El que vende revistas al frente. El que no tiene brazos. El predica de su Dios a los pecadores.
JORGE:             Es evangélico.
LA MUJER:        Es gritón. –¡Jonás gritón!- le digo yo. -¡Loca pecadora!- Me grita él desde la otra vereda. El dice que es pecado esperar a un hombre como yo espero. “Así se espera solo a Dios.” dice. Y él espera a su mujer que todas las noches viene a cerrar el kiosco y se lo lleva. Andate.
JORGE:             No se adonde.
LA MUJER:        Se va gritando:- ¡el que mora con el altísimo no temerá el terror nocturno, ni pestilencia que ande en la oscuridad…Salmos 91!-  pero se caga de miedo cuando la mujer se demora y se hace de noche. (Sigue con su tarea) Mar de letras para cubrir al viejo cazador de chanchos salvajes.
JORGE:             Si llueve se va a mojar y…
LA MUJER:        No se tiene que mojar. Es su ropa del final.
JORGE:             Esperá.  (El saca sus cosas de la bolsa negra y se la entrega. Ella duda un instante, luego acepta y juntos doblan cuidadosamente la mortaja de papel de diarios y la guardan.) Ya no pasa nadie.
LA MUJER:        Tienen miedo. Cagones. Tienen miedo de la noche, de la lluvia, del viento…de todo.
JORGE:             El viento me gusta. Me gusta desde chico. Cuando venía el viento del norte, allá en mi casa de niño, corría como loco en contra del viento y gritaba con la boca muy abierta.
LA MUJER:        ¿Cómo?
JORGE:             ¿Cómo qué?
LA MUJER:        ¿Cómo gritabas?
JORGE:             ¡Aaaaaah! ¡Aaaaaah!
(Ríen)
LOS DOS:          ¡Aaaaaaah! ¡Aaaaaah!
JORGE:             Ahí está el loco Jorge tragándose el viento, decía mi mamá.
LA MUJER:        El loco Jorge…
JORGE:             Y ahí está la cuerva del cuarto, espiando. (Grita hacia arriba) ¡Aaaaah! ¡Aaaaaah!
LA MUJER:        Eh visto el barco.
JORGE:             ¿Qué barco?
LA MUJER:        Ese en el que anda mi marido.
JORGE:             ¿Dónde?
LA MUJER:        En la tele.
JORGE:             ¿Qué tele?
LA MUJER:        En el bar de la vuelta. Es hermoso.
JORGE:             ¿Cómo sabés que es ese?
LA MUJER:        Yo sé…yo sé.
JORGE:             ¿Cómo es?
LA MUJER:        Grande. Yo pasaba por la vereda, iba al galpón a ver al viejo y lo vi. Es blanco y los hombres están parados arriba en esos palos cruzados. Chiquitos se los ve.
JORGE:             ¡Ah, si!  Esa es la fragata Lib…
 LA MUJER:       Es el barco. Entré corriendo al bar y se armó un despelote. ¡El barco…el barco, miren el barco! gritaba yo. ¡Ahí va él! ¡Ahí va mi marido! Me sacaron dos mozos arrastrando y me tiraron en la vereda. A él no lo vi. Es que no se veía bien. Además el me dijo que iba en la panza. Se reían.
JORGE:             Son unos hijos de puta. Que saben.
LA MUJER:        Que saben.
JORGE:             Cuando ese barco llega la gente lo recibe con banderitas y mucha alegría.
LA MUJER:        ¡Y claro! Veinte años esperando…hay que hacerles una fiesta.
JORGE:             Con los extrañados saludando desde las vergas y los mástiles.
LA MUJER:        ¿Así se llaman esos palos?
JORGE:             Así.
LA MUJER:        ¿Cómo sabés?
JORGE:             Yo sé, yo sé.
LA MUJER:        Y otros en la panza del barco.
JORGE:             Y otros en la panza.
LA MUJER:        Es blanco.
JORGE:             Si, blanco. Y en cada puerto al que llegan, los reciben con honores.
LA MUJER:        ¡Ah! Debe ser que por eso se demoran.
JORGE:             Y se dicen discursos y los agasajan. Son como embajadores de su patria.
 LA MUJER:       ¡Otra vez, la patria, esa! Viven de fiesta entonces. ¿Y la guerra?
JORGE:             ¿La guerra? No, ya no hay guerra. Terminó.  Ahora a  todo lo arreglan los diplomáticos, los embajadores.
LA MUJER:        ¿Y qué hacen esos?
JORGE:             Dialogan, pactan.
LA MUJER:        A mi no me vengan con esas cosas, si hay que pelear, se pelea. Si te arrastran, te patean, te invaden, te basurean, te encierran, te usurpan, te saquean.
JORGE:             Si te ocultan, te niegan, te emboscan, Te desprecian, te silencian.
LA MUJER:        Se pelea.
JORGE:             Aunque la batalla esté perdida, se pelea.
LA MUJER:        Así es. No se huye, no se abandona.
JORGE:             Se pelea.
(Se escuchan sirenas policiales.)
LA MUJER:        Ahí vienen.
JORGE:             ¿Quiénes? ¡Ah! La…
LA MUJER:        Si, los que me llevan siempre. A vos también te van a llevar. Vienen por los dos.
JORGE:             Denunciaron.
LA MUJER:        Si, denunciaron.
JORGE:             Mirá,  ahí salió de nuevo la del cuarto, a espiar.
LA MUJER:        Y de los otros balcones también.
JORGE:             Pobres caquitas de perro. (Grita hacia arriba) ¡Hola denunciantes, botones, ortivas! (a ella) ¿Qué vamos a hacer?
LA MUJER:        Resistir. Esta vez no me pueden llevar, el va a volver, está volviendo, he visto el barco. Ahora se que el viejo no va a morir porque lo espera. Si querés, te podés ir.
JORGE:             ¿Estas loca? Me quedo.
(Las sirenas ahora son cercanas. La luz se torna amenazante, como de faros  dirigidos hacia ellos que gritan desafiantes.)
LA MUJER:        Loca tu abuela. (Hacia la calle) ¡No se acerquen!
JORGE:             ¡No se acerquen… esperamos un barco! (Ella lo  mira) ¡Va llover…todo se va a inundar!
LA MUJER:        ¡Y cuando todo se inunde, por la avenida de los lapachos  va a venir un barco blanco con camaradas saludando desde…desde …!
JORGE:             ¡Desde las vergas y los mástiles!
LA MUJER:        ¡Si…desde ahí!
JORGE:             (Se toca la cara, pone la palma de la mano)  Están cayendo las primeras gotas.
LA MUJER:        ¡Llueve, cuervos, llueve! ¡Huelan la lluvia! ¡La lluvia se llevará la tristeza!
JORGE:             ¡Callen sus sirenas! ¡El chillido de sus tres tristes chanchos! ¡Vayanse que viene un barco!
LA MUJER:        ¡Y él está en ese barco! ¡Vuelve a su isla, a nuestra isla!
JORGE:             ¡No hay lugar para ustedes, aquí!
LA MUJER:        ¡Y cuando salga el sol toda la isla se llenará de mariposas!
JORGE:             ¡Y ustedes no podrán verlas...no podrán verlas!

(Apagón final)

Rafael Nofal
Setiembre de 2016










No hay comentarios: