L A T
A I L A N D E S A
de
RAFAEL
NOFAL
Segundo premio del primer concurso de dramaturgia de
Tucumán y el NOA organizado por la FUNDRAA – 2017
ESCENA
I
(Un
ciego y una mujer joven, su ayudante. Vestuario raido de los dos, el de ella
remite lejanamente a un juglar. Toca muy mal una flauta dulce. En un caballete
hay láminas que ilustran los relatos del ciego y que ella irá pasando. La
actriz es la misma que interpreta a “ELLA”. José, desde un rincón mira la
presentación. Quizás el relato
preludiado por el sonido de la flauta se escucha mucho antes de que suba la
luz. )
CIEGO: ¡Señoras
y señores…paseantes …transeúntes! Serán ustedes hoy los únicos privilegiados
que escucharán la historia que a continuación voy a relatar, ya que nunca más
volveré a contarla en esta ciudad. Yo, Pedro Ortiz Vaquero, último cultor del
noble oficio de la juglaría y mi bella ayudante y lazarilla, invocamos al cielo
para que este relato sea de vuestro agrado y entretenimiento. Señoras y
señores…con ustedes, para ustedes…”La triste historia de la bella Leonor” (Breve introducción musical.) Corrían los tranquilos años en que el automóvil aun no
atronaba las calles ni ensuciaba el aire, años en que el televisor aun no podía
embotar la mente de los niños, simplemente porque aun no existía. Eran años de
bonanza en la lejana Argentina, en la provincia de Tucumán, en el entonces
pueblo de Monteros, donde nuestra historia transcurre. Esta hoy pujante ciudad
era entonces un pequeño paraíso, orgulloso de su tranquila prosperidad. Sus
quintas eran vergeles olorosos de flores, limoneros y naranjales. Allí vivía
frente a la plaza principal, en un enorme caserón de balcones y ventanas
enrejadas, el riquísimo y severo señor don Carlos, cuyo apellido permítaseme
por respeto, guardar. Dueño de enormes cañaverales y de vidas y haciendas que
administraba con dureza y honestidad. Vivía el señor don Carlos en su enorme
casa con su hija, la bella Leonor, huérfana, ya que su madre había muerto al
nacer la niña. Ah! Leonor…Leonor…protagonista de nuestro relato, era la dueña de los suspiros de todos los
jóvenes casaderos de la comarca. Contaba por ese entonces con dieciocho años.
Morena, de profundos ojos verdes y con un cuerpo de junco cimbreado por el
viento, al caminar. La niña pasaba hacia el mercado acompañada por su criada, en
las cálidas mañanas del Tucumán y el aire parecía detenerse. La respiración
anhelante de los jóvenes mecía suavemente sus faldas cuando los domingos después
de misa, caminaba por la plaza, la flor de la Rosa de Abolengo. Y hasta algún
viejo memorioso, cuenta que vio levitar a pocos centímetros de las baldosas,
sostenida por el deseo de los hombres y avanzar sonriendo y balanceándose
levemente a la bella Leonor, en esas míticas vueltas del perro como entonces se
llamaban a esos paseos dominicales. (La
luz sale lenta antes de terminarse el texto, sones de flauta.)
ESCENA
II
(Escenario
vacío. Entra José con una gran valija de
cuero, fuera de moda, se para en el centro.)
JOSÉ:
El centro de la plaza, justo el centro, a mis espaldas, la estatua de la
Libertad. Al frente ese inmenso, absurdo palacio, imitación de algún palacio
europeo, la casa de gobierno. Si ese
viejo edificio no estuviera, vería la montaña, un cerro verde primero, verde
luminoso y brillante y detrás las montañas de puntas irregulares y algunas blanqueadas de nieve, como las dibujábamos en
la escuela o como yo las recuerdo. Si cierro los ojos puedo sentir la suave
brisa que viene del sur…de allá, si abro los ojos puedo ver las pequeñas
partículas de ceniza como mariposas muertas,
negras, que esa brisa trae de los cañaverales quemados. Si vuelvo a cerrar los
ojos, el perfume de los azahares de los naranjos de la calle, me invade el
alma. Debe ser agosto o setiembre, pienso, por la quema, el viento…y el
perfume. Si camino en diagonal, hacia aquella esquina encontraré ese inmenso bar; allí en sus mesas construimos laboriosamente,
retazos de memoria para no morirnos del todo. (Camina unos pasos, mira.) No…parece que ya no está…hay una casa que vende … no se ve
bien, (alguien pasa cerca) ¡Señor!
Disculpe, yo no soy de aquí…bah, en realidad sí pero hace mucho que no estoy,
dígame, allá no estaba ese bar…
TRANSEUNTE: ¿Usted
es…vos sos…?
JOSÉ: ¡Negro!
¡Sos vos, negro querido!
TRANSEUNTE:
Estás igual…
JOSÉ Vos
estás más flaco, mucho más flaco, con canas. Volviste.
TRANSEUNTE: Si,
extrañaba.
JOSÉ: ¿Hace
mucho?
TRANSEUNTE:
Creo que sí, no llevo la cuenta, es que me voy olvidando.
JOSÉ: Yo
igual. También extrañaba, entonces
decidí volver cuando me di cuenta como vos, de que me iba olvidando. ¿Vos
estabas en Suecia, no?
TRANSEUNTE: Ahá…
JOSÉ: ¿Y
qué tal ese país?
TRANSEUNTE: Y…raro,
mucho rubio, al menos en esa época. Ahora no se.
JOSÉ: Lindas
mujeres…
TRANSEUNTE: Rubias,
blancas, altas…valquirias, que le dicen.
JOSÉ: Y…distintas
a nuestras criollitas tan lindas, tan llenas de sol. ¿Y vos con alguna…? Digo
por probar…
TRANSEUNTE:
No, si me fui con la Martita…¿Te acordás de la Martita? mi mujer.
JOSÉ: Claro,
como no. ¿Ella también se volvió?
TRANSEUNTE: Ella
me llevó y ella me trajo…si no fuera por ella no me hubiera ido, y solo tampoco
hubiera podido volver.
JOSÉ: Rasco
las costras de la memoria, Negro y te encuentro, escuchá: Había sido nomas cierto/ la Malinche se fue/lo presagiaba un hilo de baba al atardecer/sus bombachas flameando en la
soga del patio/olor a lavandina “El
Paraíso”/sal gruesa y un paquete de velas… ¿Te
acordás?...alto poeta eras, che.
TRANSEUNTE: ¡Te
acordás de eso!
JOSÉ: Andando
me encontré con un poeta chileno que te conoció allá…Carlos.
TRANSEUNTE: ¿Muñoz?
JOSÉ: Creo
que sí. Cuando me habló de vos me vino eso a la memoria. No sé en qué pliegue
lo tenía escondido, y volvió.
TRANSEUNTE: “Aunque los pájaros no picoteen los ojos de
los ahorcados/ ella me descubrirá entre las ramas antes de
mediodía/ Y cortará la soga con el mismo cuchillo con que corta los zapallos”
(Este último verso esta dicho entre los dos)
JOSÉ: Ese
es otro poema hermoso.
TRANSEUNTE: ¿No
es el mismo?
JOSÉ: No,
es otro…
TRANSEUNTE: Se
me va mezclando todo.
JOSÉ: ¿Seguís
escribiendo?
TRANSEUNTE: Siempre. Uno escribe siempre, aunque no
escriba, uno piensa en poesía.
JOSÉ: Alto
poeta, Negro. Yo nunca te llegué ni a los talones.
TRANSEUNTE: Y
vos ¿Seguiste escribiendo?
JOSÉ: No.
Algo pasó, cuando me fui de aquí me quedé mudo. No perdió gran cosa la poesía.
TRANSEUNTE: Pero volviste.
JOSÉ: Si. Cuando me di cuenta
que todo se me iba poniendo borroso.
TRANSEUNTE: ¿Borroso?
JOSÉ: Claro,
como que una bruma va envolviendo todo y se pierde de a poco el contorno de las
cosas, los detalles de los rostros.
TRANSEUNTE: Ya
sé. Me pasó.
JOSÉ: Aunque me esforzara ya no podía recordar ni el
color de los manteles de nuestro bar.
TRANSEUNTE: Nunca
tuvo manteles.
JOSÉ: ¿No?
TRANSEUNTE: No.
JOSÉ: ¿Ves?
Entonces inventé unos manteles que quería recordar…
TRANSEUNTE: Y
el bar ya no está. Ya nada está igual que en la memoria.
JOSÉ: Nada…
¿la tailandesa tampoco?
TRANSEUNTE: Te
acordás de la tailandesa.
JOSÉ: Esa
que se sentaba siempre sola…una gran flor blanca en el pelo.
TRANSEUNTE: La
tailandesa…si. No se…nunca más la vi.
Desapareció.
JOSÉ: Se
fue al carajo todo…yo creía que iba a encontrar…
TRANSEUNTE: A
mí me pasó lo mismo.
ESCENA
III
(José
recuerda los tres gloriosos días que
pasó con ella. Los primeros, los inolvidables.)
ELLA: Nunca me voy a olvidar.
JOSÉ:
¿De qué?
ELLA: De esto, de tu pecho, del olor a humedad
de este cuarto, de los días que pasamos en la cama sin levantarnos.
JOSÉ: Tres.
ELLA: ¿Qué?
JOSÉ:
Tres días llevamos aquí. Las manzanas se terminaron, solo queda medio paquete
de galletitas. Pronto vamos a tener que volver al mundo.
ELLA: De eso tampoco me voy a
olvidar. De la sensación de que el mundo sigue andando afuera, pero solo para
los otros, para nosotros no, solo nos llega el rumor apagado y confuso de la
calle.
JOSÉ: Allí
afuera están tu madre y mi trabajo al
que no voy desde hace tres días.
ELLA: Pero
estás enfermo y a mi madre le dije que no se preocupara, que tenía jornadas de
investigación. No le mentí.
JOSÉ: Yo
también investigué, descubrí un lunar rosado en tu nalga izquierda.
ELLA: Y
yo descubrí que tu pito es curvo y que tiene vida propia.
JOSÉ: Y
yo, que dormís con un ojo semiabierto. Me parece que para espiar el pito curvo.
ELLA: ¡Tonto! ¿Es cierto que duermo con un ojo
semiabierto?
JOSÉ: Claro…así… mirando hacia
el pito.
ELLA: Va
a ser hermoso cerrar los ojos y recordar todo esto dentro de unos años.
JOSÉ: Hablás
como si te estuvieras despidiendo.
ELLA: No. Solo digo que va a ser hermoso
recordar.
JOSÉ: Se
recuerda solo lo que no se tiene y yo pienso tenerte siempre.
ELLA: Yo desconfío de esa palabra.
JOSÉ: ¿Siempre?
ELLA: Claro. Está hecha de instantes que
pasan. La sensación de tu lengua en mi lengua hace un rato o el suave dolorcito
en mi espalda cuando me mordías, ya no están. Ya son pasado, solo volverán
cuando yo quiera recordarlos.
JOSÉ: Tengo
hambre.
ELLA: No
te gusta hablar de esto.
JOSÉ: Me
da hambre.
ELLA: Sos un tonto.
JOSÉ: Es
que siento que me dejas afuera…no sé, cuando decís esas cosas siento que casi
no te hago falta, que con lo que pasa en
tu cabeza te alcanza, en cambio yo no puedo pensarme sin vos.
ELLA: Y te da hambre…
JOSÉ: Se
me estrujan las tripas…
ELLA: Hay galletitas.
JOSÉ: Me
molestan las migas.
ELLA: Vení… acercate. Mordeme.
JOSÉ: ¿Qué…?
ELLA: Que me muerdas.
JOSÉ: Pero…¿Dónde?
ELLA: En la nuca…aquí. Dale.
JOSÉ (Lo hace) Te voy a lastimar.
ELLA: ¡Dale…más! Más…fuerte…más…así. (Grita)
JOSÉ: (Tiene sangre en la boca.) Te lastimé…
perdoname…perdoname. Te va a quedar una marca.
ELLA: Una cicatriz…
JOSÉ: Perdón…
ELLA: Dejá ya de pedir perdón, ahora,
aunque nos separemos, te voy a llevar siempre conmigo. La huella de tus dientes
en mi cuello.
JOSÉ: Estás
loca.
ELLA: Sí. Ahora abrazame y dejame dormir en tu
pecho…y si ves que tengo un ojo semiabierto, cerralo por favor.
ESCENA
IV
(Se escuchan sonidos de tacos de zapatos de
mujer, golpeando la vereda, alguien que
corre como huyendo de algo. Cuando la luz se enciende, en un umbral esta Javi,
travesti, escondido. Es de madrugada, tres o cuatro de la mañana. Hace frío.
Javi luce un vestido muy pegado al cuerpo y zapatos de taco aguja. El
maquillaje ya se ha corrido a esta altura de la noche. Camina inquieto, mira.
Cuando está seguro de que nadie lo ha seguido, de un rincón saca una mochila,
se demaquilla, se quita la peluca, el vestido y se pone ropa de hombre.
Mientras hace todo esto suena su teléfono móvil. En un rincón, inmóvil, con su
valija al lado, está José.)
JAVI: (Habla con tono masculino, sin afectación)
Hola, amor.
Sí…sí, tranquilo. En un ratito voy. ¿Todo bien?… ¿Los chicos duermen? En
cuarenta minutos llego. Besito. Yo también. (Va
a salir.)
JOSÉ: Estás
asustado.
JAVI: (No se sorprende. Se detiene.) Si, un
poco.
JOSÉ: ¿Te
persiguen? ¿Quiénes?
JAVI: No
sé. Estas calles están llenas de sonidos, de murmullos, del taconeo de zapatos
o botas, no sé…de gente que corre. Ya estoy acostumbrado, pero a veces me
asusta. Volviste.
JOSÉ: Si.
JAVI: ¿Para
qué? Esta ciudad ya no es lo que era.
JOSÉ: Ya
me di cuenta. Ni el olor es el mismo. Ahora hay un olor rancio, como a cosa
podrida, muerta, que sale de las alcantarillas.
JAVI: Es
el olor de las fábricas, el viento lo trae, dice la gente, pero yo se que no.
Es olor a cosa antigua, sale de las paredes, de las baldosas.
JOSÉ:
Como los murmullos y los gritos.
JAVI: Los
gritos vienen del dique, cuando el viento sopla del norte se escuchan aquí.
JOSÉ: ¿Y
la gente que dice?
JAVI: Nada.
No escuchan. Es otra gente, no es la que conocíamos. Para ellos el dique es solo
un lugar donde se pesca.
JOSÉ: Donde
van los domingos a comer sus asados y a chapotear en el agua que oculta los
gritos.
JAVI: ¿Por
qué volviste?
JOSÉ: Por
la bruma. Ya no podía recordar nada. Ahora mismo me costó reconocerte.
JAVI: Vos
estas igual. ¿Donde andabas?
JOSÉ: En
muchos sitios. Pero sobre todo en Barcelona, siempre quise vivir ahí.
JAVI: Debe
ser una linda ciudad.
JOSÉ: Hermosa,
mágica.
JAVI: ¿Te
vas a quedar aquí?
JOSÉ: No
sé…quizás.
JAVI: Visitame
cuando quieras. Siempre estoy en la pérgola, ahora me tengo que ir…cambio y
fuera.
JOSÉ: Chau…Cambio
y fuera.
ESCENA
V
(Primer
encuentro con ELLA)
ELLA: Hola…
JOSÉ: Hola… sabía que en algún momento te iba
a encontrar.
ELLA: ¿Cuándo
volviste?
JOSÉ:
El sábado… domingo, no sé.
ELLA: Ah…
JOSÉ: Pero
me quedo poco, una semana máximo.
ELLA: ¿Por
qué?
JOSÉ: Porque
todo esta distinto, cambiado.
ELLA: Y no te gusta.
JOSÉ: No.
ELLA: Vos
no cambiaste.
JOSÉ: Vos
tampoco.
ELLA: ¿Cómo estás?
JOSÉ: Ahí… ¿Vos?
ELLA: Bien…todo bien. A mí tampoco me gustan
estos cambios.
JOSÉ: Pero
te quedaste.
ELLA: Si, siempre anduve por aquí.
JOSÉ: Caminando
las mismas calles.
ELLA: Son mis calles, me gustan.
JOSÉ: Yo
las extrañé siempre, las calles, las plazas…
ELLA: Todo este tiempo necesité hablar con
vos.
JOSÉ: Ah…
ELLA: Pero sos… siempre fuiste tan mudo.
JOSÉ: No
hay mucho para decir, ya.
ELLA: No, ya no, pero…
JOSÉ: Ni
antes tampoco. Lo que pasó, pasó.
ELLA: Vos decís eso, pero no sentís así.
JOSÉ: ¿No?
ELLA:
No. Si no, no hubieras vuelto.
JOSÉ:
Volví porque… bueno, no sabes ni te importa porque.
ELLA:
Si me importa, José.
JOSÉ: No,
claro que no. Además pasó demasiado tiempo.
ELLA: Hay
rincones de esta ciudad en los que el tiempo se ha detenido.
JOSÉ: Pero
hay muchas cosas que ya no están.
ELLA: Muchas
cosas y mucha gente que ya no está.
JOSÉ: Bueno,
me tengo que ir.
ELLA: ¿Eso es todo?
JOSÉ Y…si.
ELLA: Bueno…
JOSÉ: Chau.
ELLA: Chau.
ESCENA
VI
(Un
hombre, frente a un poster de Gilda. En un rincón, sentado en su valija, José
mira.)
HOMBRE: Mirá…yo
hablo con vos porque sos la única en la que puedo confiar. Y con la única que
se puede hablar, además, porque ella es muda. Sorda no, de eso estoy seguro,
pero muda, muda de mirarte, escucharte y …mirarte como si no entendiera lo que
decís. Eso en el mejor de los casos porque también puede hacer como que hace
algo mientras te escucha, secar interminablemente un plato por ejemplo, o
peinar el gato. Odio ese gato. Ella le compró un cepillito especial para peinar
gatos y lo peina, lo peina, lo peina…debe ser el gato mas prolijo de la ciudad.
Y yo le agarré bronca a él…pero ¿qué culpa tiene el pobre? Pienso, a veces cuando lo saco a patadas de
mi sillón. Aunque, sí, entiende, algo entiende, porque cuando empiezo a hablar,
el muy hijo de puta se sube a la mesa,
se sienta al lado del cepillito y desde allí la mira y le maúlla como
pidiéndole que lo peine, como diciéndole aquí estoy para ayudarte a escapar de
este que habla tanto.
(El
retrato de Gilda se ilumina)
GILDA: ¿Y vos qué pensás? ¿Por qué
crees que no quiere hablar?
(La
luz se apaga.)
HOMBRE: La
verdad, la verdad…no sé. A veces pienso que tiene cosas en su pasado, cosas
oscuras que no quiere o no puede contar y que le impiden ser feliz. Yo le digo
– no es tan difícil la felicidad, es cuestión de proponérselo, nomas, de ir poniendo
ladrillitos, uno cada día- le digo, ¿Quién no tiene cosas del pasado que le cagan
la vida? Pero si nos vamos a pasar todo el tiempo chapoteando en la mierda
antigua…No, así no se puede vivir.
(Larga
pausa. La luz del retrato se enciende
como diciendo –¿Y..?-Cuando él vuelve a hablar, se apaga.)
Mirá...yo sé que vos con el “Toti” tuvieron sus cosas,
sus agarradas, como todo el mundo pero se arreglaron, por eso cuando vos cantás
“No me arrepiento de este amor” yo te entiendo, te entiendo tanto. Porque uno
se muere así como te moriste vos, un camión se te cruza en la ruta y bum a la mierda, a la mierda todo… ¿y qué queda?
Queda el amor que tuviste por alguien, no mucho más…vos lo decís en la canción:
“siento que la vida se nos va/ y que el
día de hoy no volverá”. Por ahí leí
que el Toti te pegaba, ¡a vos! ¿Cómo alguien podría pegarte a vos? Pero
bueno, así terminó, ahora vos sos una santa y el no es nadie, no existe.
(La
luz se enciende)
GILDA: Estábamos hablando de vos.
HOMBRE: A veces llora. Te cuento, a veces escucha,
peina el gato y llora. Parece un pajarito, o a mi me parece un pajarito grande
y desvalido que peina un gato. ¿Raro, no? Así le decía yo al principio, “mi
pajarito” y se reía, le gustaba que le diga así. Es que siempre me pareció un
pajarito tembloroso de plumas calentitas y el corazón latiéndole muy rápido. A
veces ponía mi oído en su panza y se escuchaban ruidos extraños, como de un
ingenio en plena producción -ahí entra
la caña al trapiche- le decía, -glu, glu, glu… ahí va el jugo hacia los tanques, pronto va a ser
azúcar- le gustaba el juego y cuando ponía el oído en su pecho sentía el
corazón latiéndole acelerado, como de gorrión asustado. Ahora ya nada de eso
puedo hacer…extraño esas cosas que, no sé, te parecerán tontas pero a mí me hacían
sentir muy bien. Ahora nada…nada…no puedo acercarme. (Larga pausa)
GILDA: (Luz) Bueno, dejamos aquí por hoy.
HOMBRE: ¿Ya?
GILDA: Si, es la hora. (La luz se apaga.)
HOMBRE: (A José) Me voy a abrir el taller.
JOSÉ: ¿No
es medio tarde, ché?
HOMBRE: Si.
Igual, no hay trabajo.
JOSÉ: Te
acompaño.
HOMBRE: Te
juro que cada vez entiendo menos.
JOSÉ: Bueno…no
sos el único. Yo tampoco entendía muchas cosas.
HOMBRE: Todo
es simple o debiera ser simple, pero se empeña en complicarlo…
JOSÉ: Para ellas nada es simple. Nunca sabes
qué quieren, qué las alegra. Me pasó
igual.
HOMBRE: Si,
pero estaban juntos, se fueron juntos.
JOSÉ: ¿Juntos?...si,
si.
HOMBRE: No
se despidieron de nadie.
JOSÉ: Es
que no podíamos. Yo había planeado todo muy bien. Ir hacia el norte en el auto, como
si fuéramos turistas. Te acordás que nos pusiste el citroen a punto?
HOMBRE: Si.
JOSÉ: Dejarlo
en Tartagal y cruzar caminando hasta Yacuiba. Desde ahí, el mundo era nuestro.
ESCENA
VII
(Dos
niños se comunican por un agujero en la
pared. Han fabricado un “intercomunicador” con una manguera y dos embudos. Uno
da golpecitos en código en la pared
hasta que el otro acude, pasa la manguera, enchufan los embudos.)
- Hola… ¿estás
ahí? Cambio.
- Sí, aquí estoy.
Cambio.
- Hola…
- Hola…
- ¿Ya tomaste la leche? Cambio
- Si, ¿y vos? Cambio
- También. Te vi en el patio de la escuela, estabas
jugando al futbol. Cambio.
- Ah…yo no te vi.
Cambio.
- Si me viste. Cambio.
- Si…
- Te dio vergüenza saludarme…cambio.
- No, ¿por qué?
- No se… porque estabas con tus amigos del futbol.
Cambio.
- No tiene nada que ver.
- ¿Ya hiciste la
tarea para mañana? Cambio.
- Me falta
matemáticas que no entiendo.
- Decí, cambio.
- Cambio.
- ¿Querés que te
ayude? Cambio.
- Me ayuda mi
papá cuando llegue del trabajo. Cambio.
- Ah, bueno… ¡Qué golpe te diste en la rodilla, en el
partido! Cambio.
- ¿Me viste?
- Claro. Cambio.
- No lloré… y lo cagué de una patada a Cacho, que me
empujó. ¿Viste? Cambio.
- Si vi. ¿Te lastimaste?
- Casi nada. No me duele. Cambio.
- Sos fuerte.
Cambio
- Si mi viejo no
entiende lo de matemáticas, a la noche ¿podés ir a la plaza, así me ayudás?
Cambio.
- Si. ¿A qué
hora?
- A las nueve.
Cambio
- Te espero a
esa hora en el banco roto. Cambio
- Bueno. Un
ratito nomás porque mi viejo…
- Ya sé. Cambio y
fuera.
- Chau. Cambio y
fuera.
ESCENA
VIII
(Sonido
de flauta. El texto comienza a escucharse en la oscuridad muy bajo, sube lento
junto con la luz, como jirones de un recuerdo que vuelve. José mira.)
CIEGO:
¡Atención, atención…mucha atención señores paseantes! Que aquí presento al otro
protagonista de nuestra historia. Hasta nuestra bendita España habían llegado
noticias del fértil, del ubérrimo paraíso tucumano y desde aquí, desde Granada,
para ser más preciso, partió a probar suerte en estas tierras de Dios un joven
y gallardo caballero español, tan rico en prosapia y nobleza como escasa era su
fortuna…Llegó a Monteros, allí en el lejano Tucumán y con algún dinero que su
familia había conseguido reunir, compró algunas tierras y se puso a trabajarlas
con esmero. Dicen…dicen que dicen, que allí en Granada había quedado una prima
lejana, novia con compromiso de matrimonio que cada mes recibía una carta de su
joven prometido. . Dicen, dicen que dicen que la muchacha granadina, en
primorosos paquetitos anudados con cintas celestes, iba guardando estas cartas
en un arcón. Pero ese compromiso no fue obstáculo para que un domingo, un ya
lejano domingo del mes de octubre en la plaza de Monteros, los negros ojos del
joven español y la verde mirada de Leonor se encontraran….Y allí amigos, en ese
mismo instante, como fruta madura, estalló el amor. Después fue un breve saludo
en la iglesia, luego un fugaz encuentro en el mercado y más tarde…más tarde una
cita nocturna amparados por el jazmín del cabo que colgaba hacia la calle desde
el muro trasero de la casa de Leonor….El amor creció y como río embravecido
creció también la pasión. Las cartas a España fueron espaciándose hasta
cortarse definitivamente. Allí quedó una novia en eterna espera mientras en
tierras monterizas, don Carlos se oponía férreamente al amor de los jóvenes. Ya
había echado al enamorado español cuando este fue a pedir permiso para visitar
a su amada…tenía otros planes para su hija. Pero…¡Ay de los viejos que se
oponen al amor de los jóvenes! Porque este crecerá acicateado por la oposición.
Y así fue. El frondoso jazmín del muro se convirtió en el amparo de la pasión
prohibida, noche a noche los jóvenes amantes se encontraron allí. Pero las
lenguas de los pueblos pequeños son largas y afiladas. Don Carlos no tardó en
enterarse de estos encuentros y tomó la terrible decisión: encerró a su hija
entre cuatro paredes y amenazó al muchacho con matarlo si volvía a acercarse a
Leonor. Los días pasaron…ella languidecía en su habitación y el amante rondaba
por las noches insomne y triste, las callejuelas de Monteros… (Suena la flauta de la ayudante.) Así los jóvenes amantes separados…pero el amor
vence cualquier barrera, cualquier prohibición…Un día, una carta llevada por
una mano amiga llega hasta Leonor. Esa noche, una sombra se acerca furtiva al
jazmín del muro y los amantes se encuentran. Pero…¡Ay de los viejos que se
oponen al amor de los jóvenes! ¡Ay de los amores contrariados, porque traen
desgracia!...Don Carlos llegó tarde aquella noche de una reunión y como llevado
por un presentimiento fue hasta la habitación de su hija y al no encontrarla comprendió
lo que había sucedido. Loco de rabia empuño su pistola, corrió hasta el muro y
sorprendió a los amantes. Antes de que estos pudieran reaccionar, un certero
balazo atravesó el corazón del joven español…la desgracia había caído sobre
aquel pequeño paraíso tucumano. La desgracia y la tristeza, porque dicen…dicen
que dicen, que aquella noche comenzó una lluvia sobre el pueblo de Monteros,
que duró más de cien días. Dicen que esa lluvia no pudo lavar la gran mancha de
sangre que por muchos años quedó en el muro y que acompañó además, el
silencioso llanto de Leonor. Dicen que cuando escampó, Leonor dio a luz una
niña y murió en el parto. Dicen que dicen que un intenso perfume a jazmín
inundó la habitación en el momento del alumbramiento y desde entonces ese
perfume acompaña a todas las mujeres de aquella estirpe…como mi ayudante y
lazarilla, descendiente directa de la bella Leonor. Y ustedes, señores con vuestro
fino olfato, podrán comprobarlo mientras Sofía pasa recogiendo el generoso
óbolo que nos permitirá seguir la marcha. Muchas gracias. (Breve sonido de flauta, Sofía se acerca con la gorra a José, se miran
largamente, baja la luz.)
ESCENA
IX
(El
bar del olvido)
JOSÉ: Yo
ocupaba mi mesa aquí, casi en el centro del salón, con un café toda la tarde,
no tenía dinero para más…hacia allá, donde están los televisores estaba
Bernardo... ¿solo o con ese al que le decíamos
“Ghandi”? no sé…Para el otro lado, donde están exhibidos los celulares
estaban Pancho y Dumit, tomando un vino. En una mesa del fondo, donde se
exhiben las computadoras, semidormido estaba El Gallego, yo miraba hacia la
puerta, eso sí recuerdo, porque de pronto vi entrar a Lucrecia con un cuadro
bajo el brazo que fue a sentarse a la mesa del gallego, allá, al fondo, justo
donde se ve esa compu negra. Media hora después entraron unos policías a
quitarle a Lucrecia el cuadro que había descolgado del museo de enfrente.
LUCRECIA: (Entrando con un cuadro bajo el brazo) Hola. ¿De visita?
JOSÉ: Trato
de recordar. ¿Vos seguís por aquí?
LUCRECIA: Siempre,
siempre…me gusta caminar por los mismos lugares, aunque ya no sean los mismos.
JOSÉ: No
son los mismos. Aquí había mesas cuadradas, marrones; allá al fondo un piano.
LUCRECIA: Y
un murmullo de voces amigas que yo todavía escucho aunque las mesas ya no
estén.
JOSÉ:
¿Ese es el cuadro que robaste aquella noche?
LUCRECIA: No, señor, no lo robé. Rescaté una obra de arte de la prisión en la
que estaba.
JOSÉ:
El museo de enfrente.
LUCRECIA: El cementerio del arte, querido. Allí
van a enterrarse estas obras, a veces aun vivas, hasta que mueren asfixiadas.
¿Viste a Pancho?
JOSÉ: No.
¿Viene por aquí?
LUCRECIA: A veces. Tengo ganas de tomar un vino
con él. Aunque no sé para qué, solo por repetir el gesto porque ya no le percibo
el gustito…
JOSÉ:
Es cierto…yo tampoco, con lo lindo que era sentirlo bajar por la garganta…
LUCRECIA: Pero,
por lo menos eso…repetir el gesto y conversar, escucharlo putear con la lengua
pastosa, agarrotada.
JOSÉ: Aunque en este sitio tan lleno de televisores
encendidos, de indiferencia…
LUCRECIA: No, ahora no. Más tarde…Pancho
llega más tarde cuando todas estas
estúpidas luces ya no están. A la noche, cuando todo está en silencio, los murmullos vuelven.
JOSÉ: ¿Todos
vuelven?
LUCRECIA: No,
no todos. A algunos les cuesta más, otros vuelven pero ya casi no se reconocen,
lentamente se van desvaneciendo, unos se ponen opacos, otros transparentes y ya
casi no hablan.
JOSÉ: Voy
a quedarme hasta la noche entonces. ¿Julio viene?
LUCRECIA: ¿El
flaco ese que era poeta? Por aquí anda poco, a veces lo veo en la plaza. Los
que se van con sufrimiento siempre vuelven. ¿Vos donde anduviste?
JOSÉ: Por
varios sitios…primero por Bolivia, luego
por España, Barcelona, ahí me quedé… en el barrio gótico.
LUCRECIA: Conozco. ¿Lindo, no?
JOSÉ: Si,
siempre había querido vivir ahí, vagar por sus callecitas, tomar un vino en
esos chiringuitos llenos de olor a frituras. Hasta intenté aprender a bailar la
sardana. Los domingos frente a la catedral me ponía al lado de los bailarines y
copiaba sus pasos, me divertía, pero siempre me tropezaba en los “llarg”, los pasos largos, me caía y los
bailarines tropezaban conmigo, se asustaban…bueh, dejé la danza.
LUCRECIA: Y
te volviste.
JOSÉ: Es
que un día traté de recordar la cara del mozo... ¿te acordás del mozo, ese
gordo grandote de cara achinada al que le decíamos “guardaespaldas de Mao”?
Bueno…no pude recordar su cara, entonces probé con la cara de la tailandesa… ¿te acordás de la
tailandesa?
LUCRECIA: Una
que se sentaba sola, con una gran flor en la cabeza…todos la querían coger. No
era tailandesa.
JOSÉ: Ya
sé, bueno esa… Tampoco podía recordar su cara. Entonces me asusté, me estoy
quedando vacio, pensé, hueco. El olvido , como un gusano me iba comiendo todo
lo que había sido, lo bueno y lo malo. Ahora estoy juntando pedacito a
pedacito, retazos de memoria.
LUCRECIA: ¿Para qué?
JOSÉ: ¿Para
qué…Qué?
LUCRECIA: ¿Para
qué hacés eso?
JOSÉ: (Largo silencio) No sé.
ESCENA
X
(Retazos
de memoria.)
JAVI: Es así la vida, che.
JOSÉ: ¿Cómo,
así?
JAVI: No
se…así…que un día amas tanto que te
duele el cuerpo, que parece que te tengo metido entre las tripas, ahí
enredado… que no te vas a poder salir nunca.
JOSÉ: No
suena muy poético.
JAVI: No,
pero es así, esa es la sensación. Estas en el cuerpo, en mi cuerpo. A veces te
siento como un peso aquí, un dulce peso
donde empieza el estómago.
JOSÉ: ¿Y…?
JAVI: Y
a veces siento como un calorcito aquí en el esófago, como un suave nudo en la
garganta…es porque estás ahí
JOSÉ: ¿Todo
eso sentís…y qué más?
JAVI: A
veces también me despierto y siento que ya no estás más.
JOSÉ: ¿No?
JAVI: No.
Voy al baño y mientras orino con la puerta abierta, descubro la sensación de
vacío, entonces giro la cabeza y te
miro. Ahí estás, durmiendo boca abajo; cuando dormís boca abajo, no
roncás. Estás ahí, pero parecés otro, ajeno, lejano, desenredado de mis tripas;
entonces vuelvo a la cama y me acuesto en un rinconcito. Siempre te desparramás
en la cama como si durmieras solo. Me acuesto y lloro muy bajito para no
despertarte. Lloro porque sé que te voy a dejar…o me vas a dejar…sé que nos
vamos a dejar.
JOSÉ: Sos
un boludo. ¿Sabías?
JAVI: Si,
pero ¿por qué lo decís?
JOSÉ: Nadie
se separa porque se le desenrede el otro de las tripas. Es una boludez, eso.
Encima tan poco poético…
JAVI: ¿Y
por qué, entonces?
JOSÉ: Y
que se yo…porque alguno de los dos se enamora de otra persona, por ejemplo.
JAVI: No
seas básico, ¿querés?
JOSÉ: ¿Con
quién te metiste, ya? ¿Quién se te enredó en las tripas, ahora? Para usar tu
afortunada metáfora.
JAVI: ¿Ves
que no entendés nada?
JOSÉ: No,
no entiendo.
JAVI: Básico.
JOSÉ: Puto.
JAVI: Si.
JOSÉ: ¿Si,
qué?
JAVI: Soy
puto…vos también.
JOSÉ: ¡No…yo
no! ¿O sí? Bah…no sé. Me tengo que ir.
JAVI: ¿Por
qué tan temprano?
JOSÉ: Debe
estar por llegar mi viejo.
JAVI: Pero
si le dijiste a tu mamá que estabas estudiando conmigo.
JOSÉ: Por
eso. A él no le gusta que estudie con vos.
JAVI: Ya
estas grande, José.
JOSÉ: Lo mismo. Chau.
ESCENA
XI
(Es
un hombre mayor. Habla con la planta que está en una maceta sobre la mesa.)
HOMBRE: ¡No me jodas, más! ¡por favor, te pido!
no me jodás mas ¿querés? ¿Te crees que para mí es fácil? ¡Silencio! Es lo único
que pido, silencio y tranquilidad. ¡Un día de estos te reviento contra la pared
y se termina todo! ¡No me obligués!
JOSÉ: Estas
enojado…
HOMBRE: Es
que me saca de las casillas. Habla, habla, habla…
JOSÉ: ¿Qué
dice?
HOMBRE: Al
final es como todas, cuestiona, mete el dedo en las llagas sin asco. No
entiende que hay cosas que es mejor olvidar, hacer de cuenta que nunca
existieron.
JOSÉ: ¿Cómo
se llama?
HOMBRE: ¿Ella?
Guzmania lingulata.
JOSÉ: Epífita,
de la familia de las bromilaceas.
HOMBRE: Ah! La conocés. Yo le digo
Rita., nomas. Es linda ¿no?
JOSÉ: Linda
y de buena memoria.
HOMBRE: Ahá…
como todas, se acuerdan de todo, y en algún momento aparece la factura, el
reclamo. Es delicada…tengo que juntar
agua de lluvia para regarla, eso le gusta. Para recordar cuando vivía en la
selva, debe ser.
JOSÉ: Cuando
era feliz…
HOMBRE: Todos
recordamos momentos en los que fuimos más felices que ahora.
JOSÉ: Así
es.
HOMBRE: Perdón…
¿te conozco? Tu cara me resulta familiar, te parecés a…
JOSÉ: Tengo
una cara bastante común, muchos nos parecemos. Fácil de confundir y fácil de
olvidar.
HOMBRE: Dentro
de todo, es mejor. Hay cosas y gente que te resuenan en la cabeza durante años
y años. Te torturan.
JOSÉ:
Nada dura tanto, en algún momento todo se desvanece.
HOMBRE: Ojalá.
Yo le digo a Rita –hay que enterrar los muertos, así no se puede vivir, si
querés nos vamos de aquí así nada te hacer recordar-, le digo, pero a ella le
gustan los lugares cálidos y húmedos, con poca luz, como este. A mí también.
JOSÉ: Bueno…algunas
cosas en común, tienen.
HOMBRE: No
sos de aquí, ¿no?
JOSÉ: ¿De
aquí, donde?
HOMBRE: De
esta ciudad.
JOSÉ: Si.
Bueno…en realidad era de aquí. Me fui hace mucho. Ya ni se cuanto.
HOMBRE: Hablás
raro. ¿Y que hacés aquí?
JOSÉ: Estoy
volviendo.
HOMBRE: ¿Por
qué? ¿Por qué alguien querría volver aquí?
JOSÉ: Por
eso del olvido, que decías. Si camino hacia allí, encontraré una plaza, ¿verdad?
HOMBRE: La
plaza San Martín.
JOSÉ: Una plaza hermosa, grande,
muy arbolada, con la estatua de San Martín a caballo en el centro…
HOMBRE: Si. En el dedo de la estatua, el que señala al
oeste, se posan las palomas.
JOSÉ: Ese dedo me señalaba el
camino cuando salía de la escuela y cruzaba por ahí, de vuelta a casa. –Hacia allá…camine hacia allá, no se quede a
jugar en la plaza- me decía San Martín.
HOMBRE: Yo
también viví por ahí cerca. Es hermosa esa plaza, yo también jugaba allí, de
niño. Hace años que no paso por ese
lugar.
JOSÉ: Debajo
de un lapacho inmenso había un banco
roto.
HOMBRE: ¿Como
es el lugar de donde venís?
JOSÉ: ¿Barcelona?
Hermoso. Años en un pisito frio del
barrio gótico, en el carrer del Pi, cerquita de la plaza. En invierno es
sombrío, pero en verano todo es colorido y alegre. Me voy.
HOMBRE: ¿A ver la plaza?
JOSÉ:
Si.
HOMBRE: Creo
que la remodelaron.
JOSÉ: Adiós.
(Desaparece)
HOMBRE: (Riega la planta con un aspersor y le limpia
las hojas) ¡Mirá como estás!
Perdóname los gritos pero me ponés nervioso…Decís cada cosa…después soy yo el
violento. Pero vos me ponés loco. ¡Uh! Ya anduvieron esas mosquitas de
nuevo…mirá. Pero yo te voy a cuidar. Vos no tenés que hacer nada…te quedás así,
quietita, y yo me ocupo…así. No estés triste. Son lindas tus hojitas, suaves.
¿Ves? Ya estás mejor.
ESCENA
XII
(En
el parque)
JOSÉ: Hola.
JAVI: Viniste…
JOSÉ: Si. Hay cosas que todavía no logro
entender, hablás conmigo como si nos hubiéramos visto ayer.
JAVI: Es
que siempre estuviste conmigo, aunque no estuvieras. Hablo con vos, te cuento
cosas…
JOSÉ: Aunque
no me tengas enredado entre las tripas…
JAVI: ¿Y
vos qué sabés?
JOSÉ: Pero…es
que después de…
JAVI:
Después de nada, José. ¡Pasó hace tanto tiempo! Cuantos años tendríamos,
quince…dieciséis.
JOSÉ: Dieciséis.
JAVI: Estás,
siempre estás, en un lugar más chiquito, pero estás.
JOSÉ: Me
porté mal.
JAVI: No.
Uno hace lo que puede y vos siempre fuiste medio cobarde.
JOSÉ: Si.
Después de eso en la plaza, no me animé a verte más.
JAVI: “Eso
en la plaza” fue tu papá moliéndome a golpes y gritándome - ¡Puto…puto!- y vos mirando sin decir nada.
JOSÉ: Tenía
miedo.
JAVI: Lo
que más me dolió fue tu silencio. Recuerdo como si fuera hoy: me quedé largo
rato tirado, ensangrentado, llorando no tanto por los golpes sino por tu
silencio.
JOSÉ: Tenía
miedo… ¿no sabés lo que es el miedo?
JAVI: Si,
claro. ¿Y después?
JOSÉ: Después
fui muchas veces al fondo, esperando escucharte, ver la manguera…
JAVI:
Al otro día me fui de casa. A nadie le importó mucho.
JOSÉ: Ah,
claro.
JAVI: ¿Y
después?
JOSÉ: Después
entré a la facultad, empecé a militar, encontré una chica…
JAVI: ¿Una
chica?
JOSÉ: Si.
JAVI: ¿Y…?
JOSÉ: Todo
bien. Nos fuimos a vivir juntos. ¿Y vos?
JAVI: Ya
ves…
JOSÉ: Tenés
a alguien…
JAVI: Tengo
marido, hijos…adoptados, claro.
JOSÉ: Ah…
JAVI: Descansá,
José. Siempre vas a estar aquí…en algún
rinconcito.
ESCENA
XIII
(Último
encuentro con ELLA.)
ELLA: Amor…siempre me dijiste, amor. Cuando me
llamabas por mi nombre, era porque te habías enojado por algo.
JOSÉ: Ahora
no podría aunque quisiera. No puedo recordar tu nombre.
ELLA: ¿Qué
cosas recordás?
JOSÉ: Fragmentos
de cosas, sensaciones. Recuerdo por ejemplo, el olor de tu pelo… como a
castañas asadas.
ELLA: ¿Qué más?
JOSÉ: Un
pedacito de una cumbia que bailamos en una fiesta de carnaval. (Tararea)
ELLA: (Canta recordando de a poco la letra.) Ay,
al son de los tambores/ esa negra se
amaña/ y al sonar de la caña/ va brindando sus amores…
JOSÉ: ¡Era
esa! Una vieja cumbia colombiana.
ELLA: Un club cerca de la facultad.
JOSÉ: Una
calle con adoquines.
ELLA: Nunca bailaste muy bien, pero eras divertido.
JOSÉ: ¿Te
parece?
ELLA: Si, luego te fuiste poniendo triste.
JOSÉ: También
recuerdo la sensación del viento caliente en la cara una tarde de verano.
ELLA: ¿Estabas conmigo?
JOSÉ: No
sé.
ELLA: Porque solo estuvimos dos veranos
juntos.
JOSÉ: Y
recuerdo la mirada de un hombre, una madrugada. Había movido una bolsa con el pié, la bolsa explotó. El quedó sentado en la vereda y miraba el
hueco donde había estado su pié. No sangraba.
ELLA: Ahí comenzaste a ponerte triste.
JOSÉ: Quizás.
Y junto con esa mirada me viene siempre
el olor de las naranjas agrias reventadas en la vereda.
ELLA: Siempre los olores…
JOSÉ: Si,
como el olor de tu pelo. Igual a las castañas asadas de la plaza del Pi, en
Barcelona.
(Larga
pausa.)
ELLA: Nunca fuiste a Barcelona, José.
JOSÉ: ¿Cómo
que nunca fui?
ELLA: Inventaste esa plaza que nombrás, el
pisito húmedo, las calles retorcidas del barrio gótico. Inventaste todo.
JOSÉ: ¡Años
vagué por esas calles!
ELLA: Quizás…pero nunca llegaste.
JOSÉ: ¿Cómo
que nunca llegué?
ELLA: Lo
tenías todo meticulosamente planeado. Siempre fuiste de planear todo. Saldríamos
en la madrugada, pero El Negro te avisó que venían esa noche por nosotros, te
asustaste, subiste al auto y te fuiste.
JOSÉ: ¿Solo?
ELLA: Si.
Yo llegué quince minutos después –se acaba de ir- me dijo una vecina.
JOSÉ: Te
abandoné…
ELLA: Salí
corriendo y la casa quedó abierta. No sabía qué hacer y me fui a la plaza, había gente, chicos. Allí me agarraron, nadie dijo nada, solo
miraban. Te juro que me había prometido firmemente no hablar, para darte tiempo…pero
no aguanté, no aguanté. Perdoname.
JOSÉ:
¿Qué más?
ELLA: Después
los escuché decir que te habían parado en la ruta, camino a Salta. Ni a
Tartagal llegaste. Se reían del citroen, pero creo que uno de ellos se quedó
con nuestro auto.
JOSÉ: ¿Qué
más?
ELLA: Nada más…ahí terminó todo.
JOSÉ: ¿Y
el bar…y la tailandesa…y…?
ELLA: Ya nada de eso existe, José.
JOSÉ: Te
dejé…
ELLA: Si,
pero vos lo dijiste, lo que pasó, pasó. Ya está.
JOSÉ: Y
nunca llegué a Barcelona…
ELLA: No…nunca.
(Ella
sale. José queda solo en el escenario. Sube la música y baja lentamente la luz
del final.)
RAFAEL NOFAL
Tucumán- Junio de
2017
rafaelnofal@hotmail.com
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