RAFAEL NOFAL - SOLO TEATRO
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miércoles, 24 de enero de 2018
LA TAILANDESA
L A T
A I L A N D E S A
de
RAFAEL
NOFAL
Segundo premio del primer concurso de dramaturgia de
Tucumán y el NOA organizado por la FUNDRAA – 2017
ESCENA
I
(Un
ciego y una mujer joven, su ayudante. Vestuario raido de los dos, el de ella
remite lejanamente a un juglar. Toca muy mal una flauta dulce. En un caballete
hay láminas que ilustran los relatos del ciego y que ella irá pasando. La
actriz es la misma que interpreta a “ELLA”. José, desde un rincón mira la
presentación. Quizás el relato
preludiado por el sonido de la flauta se escucha mucho antes de que suba la
luz. )
CIEGO: ¡Señoras
y señores…paseantes …transeúntes! Serán ustedes hoy los únicos privilegiados
que escucharán la historia que a continuación voy a relatar, ya que nunca más
volveré a contarla en esta ciudad. Yo, Pedro Ortiz Vaquero, último cultor del
noble oficio de la juglaría y mi bella ayudante y lazarilla, invocamos al cielo
para que este relato sea de vuestro agrado y entretenimiento. Señoras y
señores…con ustedes, para ustedes…”La triste historia de la bella Leonor” (Breve introducción musical.) Corrían los tranquilos años en que el automóvil aun no
atronaba las calles ni ensuciaba el aire, años en que el televisor aun no podía
embotar la mente de los niños, simplemente porque aun no existía. Eran años de
bonanza en la lejana Argentina, en la provincia de Tucumán, en el entonces
pueblo de Monteros, donde nuestra historia transcurre. Esta hoy pujante ciudad
era entonces un pequeño paraíso, orgulloso de su tranquila prosperidad. Sus
quintas eran vergeles olorosos de flores, limoneros y naranjales. Allí vivía
frente a la plaza principal, en un enorme caserón de balcones y ventanas
enrejadas, el riquísimo y severo señor don Carlos, cuyo apellido permítaseme
por respeto, guardar. Dueño de enormes cañaverales y de vidas y haciendas que
administraba con dureza y honestidad. Vivía el señor don Carlos en su enorme
casa con su hija, la bella Leonor, huérfana, ya que su madre había muerto al
nacer la niña. Ah! Leonor…Leonor…protagonista de nuestro relato, era la dueña de los suspiros de todos los
jóvenes casaderos de la comarca. Contaba por ese entonces con dieciocho años.
Morena, de profundos ojos verdes y con un cuerpo de junco cimbreado por el
viento, al caminar. La niña pasaba hacia el mercado acompañada por su criada, en
las cálidas mañanas del Tucumán y el aire parecía detenerse. La respiración
anhelante de los jóvenes mecía suavemente sus faldas cuando los domingos después
de misa, caminaba por la plaza, la flor de la Rosa de Abolengo. Y hasta algún
viejo memorioso, cuenta que vio levitar a pocos centímetros de las baldosas,
sostenida por el deseo de los hombres y avanzar sonriendo y balanceándose
levemente a la bella Leonor, en esas míticas vueltas del perro como entonces se
llamaban a esos paseos dominicales. (La
luz sale lenta antes de terminarse el texto, sones de flauta.)
ESCENA
II
(Escenario
vacío. Entra José con una gran valija de
cuero, fuera de moda, se para en el centro.)
JOSÉ:
El centro de la plaza, justo el centro, a mis espaldas, la estatua de la
Libertad. Al frente ese inmenso, absurdo palacio, imitación de algún palacio
europeo, la casa de gobierno. Si ese
viejo edificio no estuviera, vería la montaña, un cerro verde primero, verde
luminoso y brillante y detrás las montañas de puntas irregulares y algunas blanqueadas de nieve, como las dibujábamos en
la escuela o como yo las recuerdo. Si cierro los ojos puedo sentir la suave
brisa que viene del sur…de allá, si abro los ojos puedo ver las pequeñas
partículas de ceniza como mariposas muertas,
negras, que esa brisa trae de los cañaverales quemados. Si vuelvo a cerrar los
ojos, el perfume de los azahares de los naranjos de la calle, me invade el
alma. Debe ser agosto o setiembre, pienso, por la quema, el viento…y el
perfume. Si camino en diagonal, hacia aquella esquina encontraré ese inmenso bar; allí en sus mesas construimos laboriosamente,
retazos de memoria para no morirnos del todo. (Camina unos pasos, mira.) No…parece que ya no está…hay una casa que vende … no se ve
bien, (alguien pasa cerca) ¡Señor!
Disculpe, yo no soy de aquí…bah, en realidad sí pero hace mucho que no estoy,
dígame, allá no estaba ese bar…
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Y UN DÍA SU OLOR CAMBIÓ
Y UN DÍA SU OLOR CAMBIÓ
de
Rafael Nofal
Y UN DÍA SU OLOR CAMBIÓ
Personajes: 1-Él, que cuida la calle.
2-Ella, la mujer que no
duerme.
3-La mujer con perdigones.
Cruce
de dos calles de barrio. Es de noche. Algunas ramas, cubiertas de automóvil, un
viejo colchón doblado y otras cosas bastante insólitas arman una especie de
barricada. Un hombre joven, solo, con una vieja escopeta en la mano y un machete en
la cintura, vigila mirando por encima del parapeto. Es claro que su relación
con las armas es poco frecuente . Tiene una linterna y en algún lugar esconde
una botella de una bebida alcohólica a la que acude de vez en cuando.
Los
testimonios son en algún lugar indeterminado del espacio escénico.
I
TESTIMONIO DE LA MUJER QUE
NO DUERME:
No tengo demasiado para
decir. Lo hecho, hecho esta.
II
EL: (Habla por teléfono
celular) No hay problema…aquí me quedo. Solo, si. No…si se acercan los cago
a tiros, no te preocupes. Si, yo hago el aguante, pero cuando puedan manden a
alguien. Por aquí no van a pasar. (pausa)
Todo tranquilo. Los vecinos están encerrados en las casas. (Corta.) Se ha puesto fresco, carajo.
(Ordena
todo como para pasar una larga noche de vigilia. Es meticuloso. Se sienta a
esperar en algún elemento que forma parte de la barricada pero no puede estar
quieto. Camina y trata de adivinar algún
movimiento en la noche. Algo que pasa sobre su cabeza, lo asusta.)
¿Qué mierda es eso? (Aferrado a su arma) ¡De nuevo! Parecen
pájaros…¿pero qué pájaros van a andar de noche? ¿Serán murciélagos? Son muy
grandes para ser murciélagos…Bichos de mierda, ni se los ve, solo la sombra y
el chillido.
III
TESTIMONIO DE LA MUJER CON
PERDIGONES:
¿Por qué no puedo hablar?
¿Por estos estúpidos agujeritos? ¿Y que tiene que ver? Yo necesito hablar. Aquí
hay algo que está mal y no quiero irme sin saber que es. Todos tenemos que
hablar. El silencio es malo. El silencio engorda rencores, anuda malos
entendidos. Hace crecer tumores en el interior de los cuerpos. El silencio
arrastra dolores hondos y oscuros, pesados como carros. El silencio es malo
porque en algún momento todo explota, como ese auto que estalló hace años frente a
la casa de la Rosa, en las épocas malas del país. Las paredes chorreaban aceite
y sangre, había pedazos de cosas y de gente desparramadas por todos lados. -Así
debe ser cuando el silencio estalla- me acuerdo que pensé, mientras trataba de
contener el vómito. Durante años me quedó esa imagen en la cabeza y de la única
manera en que pude no digo olvidarla, porque esas cosas no se olvidan, sino no
sentirla tan terrible, es hablando sobre eso. Esto que pasó aquí también es
terrible y hay que hablar…para que la pena y el odio se alivianen, hay que
hablar.
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