Acerca del montaje
de MARATHON de Ricardo Monti
Hoy, a la distancia, en el
tiempo y en el espacio, recuerdo cuando casi por casualidad cayó en mis manos
una nota que alguna revista especializada le había hecho a Ricard Salvat. Me
dije entonces, y a pesar de venir de un largo tránsito por los siempre sinuosos
caminos de la dirección teatral, en mi
país y en latinoamérica: “De este hombre de teatro tengo mucho que aprender”.
Algún tiempo después, entre varios jóvenes directores argentinos, tomaba
aplicadamente clases con Ricard en un seminario de puesta en escena, que
impartía en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Algo mas tarde, con una beca
de la Universidad Nacional de Tucumán,
me encontraba en Barcelona para desempeñarme como su ayudante de dirección en un montaje de “En
la Ardiente Oscuridad” de Buero Vallejo, y bebiendo con fruición cada palabra
de quien yo había adoptado como “maestro”, casi a pesar de él. Finalmente esta
relación devino en la posibilidad de montar “Marathon” de Ricardo Monti.
Sabía que el desafío era
gigantesco, sabía que Monti no era un
dramaturgo “comercial” ni de éxito fácil, tenía absolutamente claro que su
teatro era hermético, no solo para el público, sino para actores que no
tuviesen un conocimiento profundo del “ser latinoamericano”. Aun así, postergué
un par de proyectos que tenía en mi país, armé nuevamente mis valijas y me
instalé en un piso de la calle Escornalbou, la casa de Xavier Padulles, dilecto
hombre de la AIET, por ese entonces, para volver a tener en mis oídos la dulce
y añorada cadencia del catalán. Y allí comenzó todo: Con un casting (Odio ese
anglicismo) donde aparecieron actores de las más diversas vertientes:
Profesionales del teatro comercial, del teatro experimental, universitarios,
aficionados etc. para conformar finalmente, un elenco heterogéneo pero de una
energía y una actitud de trabajo absolutamente inusual.
Comenzó así la ardua tarea de
desentrañar la maravillosa maraña que Monti proponía: Texto fragmentado,
profundo compromiso ideológico con su “argentinidad , esta convicción tan
nacional de ser descendientes de los barcos. Monti, “autor de teatro”, poeta de
la escena, pero un poeta denso y nada fácil que exige del receptor un
compromiso y una capacidad de decodificación poco usual, una especie de
“moderno marginal” que sostiene tesis sociopolíticas pero con una alta densidad
simbólica, con alteraciones en el manejo del tiempo y aun en el orden del
discurso. Todo ello vehiculizado en una extraña pero fascinante mezcla del
grotesco criollo con el expresionismo; del esperpento con el melodrama. Apretamos los puños, pusimos el pecho y allí
fuimos: Actores catalanes y director argentino,
con el secreto convencimiento de
que en esta provocación descansaba, al menos en ese momento para nosotros, la
escencia del teatro: Un texto que disparaba imágenes perturbadoras, un espacio
mágico a develar y toda nuestra emoción
puesta al servicio de construir junto a nuestros hipotéticos
espectadores, una realidad distinta a la
de todos los días. Nada fue individual, todo fue colectivo: Por allí andaba M.
Jesús Andany corrigiendo a los jóvenes actores en su abordaje del castellano,
Jordi Serrat, enseñando con su presencia, Gal Solé y Xavier Torres desbordando
disciplina y entrega y los mas jóvenes viviendo cada ensayo como una apasionada
ceremonia. Recuerdo ahora, casi con ternura, que mi primera idea era montar
“Marathon” en alguna nave de una fábrica abandonada. Que de entre los hierros
herrumbrados surgieran los fantasmas de Monti. Largos días se sucedieron
buscando ese espacio soñado. Pero, claro, la imagen de fábrica abandonada y en
desuso es mas bien argentina que catalana. Y
si bien cada obra requiere “su espacio”, de la concepción a la
realización hay un largo trecho. La idea de “fábrica abandonada” fue mutando
hasta encontrar en pleno centro de
Barcelona una discoteca con toda la estética de los 80, que junto al Laboratori
Tridimensió del Departament d’Escultura de la Facultat de Belles Arts que
dirige Josep Cerdá, conseguimos transformar, con cientos de metros de lienzo,
en ese fantasmagórico espacio que yo sentía como el lugar de las pesadillas
sudamericanas de Monti. Y allí, en ese
“espacio hallado” diría Shechner evolucionaban, torturados por Albert Roig, en
tangos y milongas: Alvar y Cristina, Vicenc y Marta, Albert y Denisse...en fin,
actores catalanes que asumían la carga simbólica de esta afiebrada pasión
sudamericana. No fue un éxito. Si entendemos como tal a la siempre deseable
imagen del público peleándose para conseguir una entrada o a desmedidas loas de
los críticos. Si fue un éxito en otros sentidos y por sobre todo, fue un hito.
Por primera vez se representaba a Monti en España. Por primera vez actores
catalanes asumían la responsabilidad de verter
un texto de este autor de tanta densidad semántica...y en castellano.
Remarco esto porque muchas veces había escuchado decir a Ricard Salvat, el
respetado maestro catalán: “la patria es la lengua”. Pero también señalaba:
“tenemos que romper la endogamia en la que estamos inmersos” y era precisamente
por ello que este ferviente defensor de su idioma impulsó este montaje. No a la
búsqueda del éxito fácil, a la respuesta vocinglera de público y crítica, sino
apuntando a la investigación y por sobre todo a una, muchas veces poco
entendida actitud de sembrar para el futuro. Asumiendo la siempre incomoda
posición del que marca rumbos, señalando caminos poco transitados.
Aun recuerdo la cara entre
asombrada y extrañada de Monti, que en otro obstinado esfuerzo de la AIET pudo
estar para el estreno, al ver a estos actores catalanes decir su texto mientras
evolucionaban entre la pista de baile, las escaleras y el pequeño escenario de
esta discoteca, toda cubierta de lienzo “crudo”, como de casa deshabitada hace
tiempo y en la que los muebles se tapan, se ocultan, se protegen (¿se niegan?).
¿Que habrá pensado? ¿Cual habrá sido su percepción de esa ceremonia de los
mitos argentinos jugada fervorosamente por el elenco de la AIET? Durante los agitados tres días que permaneció
en Barcelona fue imposible conversar con él, sobre el tema. Ya de vuelta en La
Argentina, país vasto y propicio para el desencuentro, como pocos; yo me aboqué
al montaje de “Sacco y Vanzetti” que me esperaba en Tucumán y él retornó a sus
fantasmas en Buenos Aires. Hasta hoy, no volvimos a vernos... y es para mi una
asignatura pendiente.
De Barcelona conservo el íntimo
placer de haber podido realizar este montaje, el recuerdo del entrañable
maestro Salvat, del amigo Xavier, de algunos alumnos y actores, y unos versos
de Espriú que a veces repito en un
catalán lamentable, pero cargado de amor por esa ciudad y los hombres y mujeres
que la habitan.-
Rafael Nofal
(Texto publicado en la revista ASSAIG DE TEATRE de la
AIET, Barcelona, España)
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